María Gabriela Camargo Mora y María José Delgado Cruz (2025). SARAGURO. TEJIENDO IDENTIDAD EN LOS ANDES. Historia, territorio y transformación cultural de un pueblo andino. Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL)
La historia del pueblo Saraguro es un entramado de relatos,
recuerdos y relatos. No existe una única narración, sino múltiples hilos que,
al entrelazarse, forman la esencia de esta comunidad andina.
Las narraciones más comunes indicaban que los saraguros migraron desde
el sur, trasladados por los Incas en un proceso de reubicación poblacional
llamado Mitmaqkuna o Mitimaes. Este era un plan político del Tahuantinsuyo:
trasladar pueblos completos a nuevas áreas para garantizar la lealtad al Inca y
mantener el dominio sobre las tierras conquistadas. Así, familias de Cuzco o
Cajamarca habrían sido llevadas a lo que hoy se conoce como Saraguro.
No obstante, el relato no es tan simple. Estudios recientes y,
principalmente, las tradiciones orales sugieren que en este territorio ya
existían comunidades antes de la llegada de los incas, como los Paltas. De esta
manera, lo que sucedió fue más una fusión que un desplazamiento: se combinaron
las raíces autóctonas con influencias culturales y organizativas incas.
Las leyendas que se han transmitido de generación en generación relatan
que los ancestros llegaron del sur, trayendo sabiduría y fuerza. También
mencionan lugares sagrados como los pukaras de Ilincho, Zhindar y Lanzhapa,
donde se conectaban con el universo. En la memoria colectiva, se rememora que
los primeros asentamientos surgieron alrededor de manantiales resguardados por
sauces, espacios de agua viva considerados centros de energía y vitalidad.
El pueblo Saraguro también heredó de los incas su idioma: el runa shimi
o kichwa, “la lengua de los hombres”, que se convirtió en la base de
comunicación de estas tierras. Con este idioma no solo se intercambiaban
mensajes cotidianos, sino que también se compartían conocimientos sobre
agricultura, astronomía y normas de convivencia como el ama killa, ama llulla,
ama shwa (no seas perezoso, no mientas, no robes).
Más allá de los mitos o documentos, lo indiscutible es que desde sus
inicios los saraguros han demostrado la capacidad de adaptarse y resistir.
Mantuvieron la tradición de la minga, el trabajo comunitario que unía a las
familias para edificar viviendas, sembrar cultivos o construir caminos. Y
conservaron la creencia de que la tierra no es una propiedad individual, sino
un recurso colectivo que debe ser cuidado por las futuras generaciones.
Por todo esto, al hablar de los orígenes de Saraguro, no se trata
simplemente de localizar un inicio en la historia. Se trata de entender cómo, a
lo largo del tiempo, este pueblo ha logrado integrar lo legado de los incas, lo
propio de los pueblos indígenas y las experiencias colectivas que se han
sumado, formando así una identidad robusta y vibrante.
De esta forma, Saraguro se identifica como un pueblo descendiente del
sol y de la luna, custodios de una memoria que amalgama lo ancestral y lo
cósmico, que sigue manifestándose en cada ceremonia, en cada semilla sembrada y
en cada expresión comunicada en kichwa.