María Gabriela Camargo Mora y María José Delgado Cruz (2025). SARAGURO. TEJIENDO IDENTIDAD EN LOS ANDES. Historia, territorio y transformación cultural de un pueblo andino. Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL)
Para
los saraguros, el territorio representa más que suelo fértil o un lugar para
construir viviendas. Es un organismo viviente donde residen los espíritus, los
recuerdos y las fuerzas que vinculan a las personas con la naturaleza y el
universo. Cada cerro, río y manantial tiene su protector. Estos son los apus,
espíritus guardianes que resguardan a la comunidad. Junto a ellos se encuentran
las wak’as, sitios sagrados donde se realizan ofrendas, y los yacus, aguas que
llevan vida y memoria. Estos aspectos no se consideran meros recursos
naturales, sino familiares con quienes se interactúa y se conversa.
En
momentos significativos del calendario agrícola y espiritual, como el Inti
Raymi (festividad del sol) o el Pawkar Raymi (celebración de las flores y su
renacer), las comunidades practican rituales para “activar” el territorio.
Preparan mesas de ofrendas con flores, maíz, frutas y chicha, agradeciendo a la
Pachamama —la Madre Tierra— por su abundancia. Los ancianos guían las
ceremonias, encendiendo sahumerios y pronunciando oraciones en kichwa que
reafirman la conexión entre los seres humanos, la naturaleza y el tiempo.
El paisaje andino, con su rango de climas y ecosistemas, actúa como un gran maestro. Desde los altos páramos hasta los valles templados, los saraguros han aprendido a interpretar los signos del cielo y la tierra. Cultivar no era una actividad al azar: las fases lunares, el comportamiento de las aves o el brillo de ciertas estrellas indicaban el momento preciso para sembrar o cosechar
Este saber no se considera “ciencia antigua”, sino como un conocimiento vivo. Muchos saraguros continúan con estas prácticas, integrándolas con métodos agrícolas modernos. Así, la cosmovisión evoluciona, pero no se extingue.
A
través de este diálogo continuo con la Pachamama,
los saraguros rememoran una lección esencial: no somos dueños de la tierra;
somos parte integrante de ella. Esta visión del mundo ha permitido que, a pesar
de las transformaciones históricas, el pueblo Saraguro mantenga una relación de
respeto y armonía con su entorno.
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