HACIA UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO
Prof. María Gabriela Camargo Mora
Instituto de Geografía y Conservación de Recursos Naturales. Universidad de Los Andes. Mérida- Venezuela.
La idea de desarrollo surge en el marco de la ciencia económica, en la cual se encuentran estudios relacionados con el desarrollo económico (crecimiento) en los fisiócratas del Siglo XVIII y los clásicos del siglo XIX[1]. Su uso relacionado con una economía industrial de mercado en el pensamiento clásico de ese siglo, consideraba que el mercado permitiría, a través del "derrame" de los beneficios y de la riqueza, que el crecimiento y el progreso se extendiera a los diferentes países[2].
Los primeros científicos de la Economía del Desarrollo sostienen tres premisas comunes (Pujada & Font, 1998): el desarrollo se identifica con el modelo de crecimiento económico de un determinado país;existe el convencimiento de que ese crecimiento económico es factible mediante un proceso de modernización que active los factores de producción de ese país y dinamice su economía, básicamente agraria, generando un proceso de industrialización, creando las estructuras necesarias para hacer efectivo y manteniendo el proceso y; el Estado debe ser el elemento que impulse el proceso y, a su vez, el encargado de equilibrar los resultados. A lo largo de la historia ha habido una tendencia clara a entender el desarrollo como único y fundamentalmente económico. Remontándose a la década 1930-1940 se observa que los estudios que evaluaban el desarrollo de las naciones se basaban básicamente en una connotación cuantitativa, principalmente económica, donde prevalecían indicadores de tipo objetivo, como el Producto Interno Bruto (PIB), el cual resultaba ser muy eficiente para medir las tendencias económicas en las naciones. Sin embargo, este no resultaba exitoso en el momento de medir aspectos sociales, ya que estaba vinculado a valores monetarios y no permitía evaluar el comportamiento de los variables sociales determinantes en el bienestar de las poblaciones (Estes, 1994).
A finales de los años 80 y en la década de los 90, a medida que el enfoque del desarrollo tiende a considerar al hombre como el fin y no como un medio para alcanzar mayores niveles de bienestar social, la evaluación del mismo se realiza desde una perspectiva mas global e integradora, es decir, se incorporan los aspectos sociales y ambientales, además de las económicos, como elementos centrales de la problemática del medio ambiente y del desarrollo. Este cambio lo podemos visualizar en la evolución cronológica de los Enfoques del Desarrollo:
1. Enfoque del Estado de Bienestar
El nacimiento del Enfoque del Estado del Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial y su posterior consolidación constituyó uno de los mayores logros políticos-sociales del siglo XX. Sus orígenes se remontan a la época de la depresión de 1929, cuando comenzó a imponerse la revisión Keynesiana de la teoría neoclásica dominante en aquel momento. Keynes dudaba de la capacidad del sistema imperante para recuperar posiciones de equilibrio en situaciones de crisis. Pensamientos que dieron origen a la política económica como rama aplicada de la economía, iniciándose el intervencionismo público en la regulación de la economía. Después de la Segunda Guerra Mundial, las ideas Keysianas dominaron durante varias décadas, prácticamente hasta la crisis de los años setenta, que tiene como fecha insignia la crisis del petróleo de 1973, y el rebrote de las posturas más liberales (Nabaskues, 2003).
Uno de los puntales de la política Keysiana era la inversión pública en situaciones de crisis. El desequilibrio entre oferta y demanda, desequilibrio creado sobre todo por la deshibinición de la inversión privada, podía suplirse temporalmente con la inversión pública. Esta inversión pública no había de tener un carácter sustitutorio sino complementario: la inversión pública había de servir de revulsivo para revitalizar la inversión privada (op cit, 2003)[3]
Subirat & Goma (2000) señalan que el Estado del Bienestar fue producto de un desarrollo gradual en diversos países europeos, sin una evolución homogénea en todos los Estados en que se iba aplicando. En el período de fundamentación y maduración del sistema de economía de bienestar, se desarrolló por parte de los Estados una nutrida agenda social, sólidamente respaldada por las fuerzas políticas mayoritarias que gobernaban, en las cuales se trazaron objetivos estratégicos sobre ampliación y cobertura de empleo, fuerza de trabajo e inclusión social de los segmentos excluidos de la población. Todo lo anterior debidamente complementado por un fuerte aumento del gasto social, que fue consolidando un sólido y sostenido entramado administrativo institucional.
2. Enfoque de la Dependencia.
En los años sesenta, se da origen a una época caracterizada por un notable incremento de las controversias Norte/Sur, y por una creciente presencia de los países de África, Asia y América Latina en los principales foros y debates internacionales. Comienza a emerger un movimiento contestatario que se agrupó en torno al cuestionamiento de una determinada concepción de la cooperación al desarrollo, y a la discusión sobre el posible papel como instrumento para perpetuar las relaciones de dependencia entre donantes y receptores[4].
La pobreza, no era la causa sino la consecuencia del subdesarrollo y los problemas había que buscarlos sobre todo en las relaciones de dependencia existentes entre el Norte y el Sur, lo que implicaba la necesidad de replantear el marco de las relaciones internacionales y la cooperación al desarrollo. Esta corriente propone que la existencia de los países subdesarrollados es necesaria para que otros países puedan ser desarrollados. Desarrollo y Subdesarrollo, son dos caras de una misma moneda y para que pueda darse uno también tiene que existir el otro. Desde este punto de vista, se acentúa el hecho de que las causas del subdesarrollo son causas estructurales en oposición a la corriente desarrollista que hacía hincapié en las causas endógenas.
Los resultados esperados de desarrollo que se anunciaban desde las propuestas oficiales no se producían, dándose por el contrario en muchos países un incremento de la pobreza que cuestionaba los planteamientos de los organismos internacionales basados exclusivamente en el crecimiento económico. El crecimiento económico no había logrado esparcir sus beneficios a los distintos sectores y grupos sociales. La relación directa entre crecimiento económico y desarrollo aparecía pues por primera vez cuestionada.
Además de la realidad económica, que provocó una indudable desconfianza en el concepto de desarrollo económico, otros procesos que venían gestándose desde años anteriores a los de la crisis manifiesta condicionaron, de forma implacable, la idea sobre desarrollo que imperaba hasta el momento. Se trata de tres procesos socioculturales con raíces diferentes cada uno de ellos: una religiosa, otra cultural y otros económica, pero igualmente significativos por el impacto en amplios procesos sociales, culturales, religiosos, académicos y políticos.
El primer proceso es el que se produjo en el seno de la Iglesia Católica, durante los papados de Juan XXIII y Pablo VI: el Concilio Vaticano II. La elaboración de las Encíclicas Pacem in Terris y, sobre todo, la Poppulorum progressio, que avivaron el interés y el compromiso de los católicos en todo el mundo, por lo problemas socio-económicos del planeta e impulsaron la lucha por encontrar soluciones a los mismos.
Un segundo proceso de interpretación crítica del concepto económico de desarrollo fue el cultural, avivado por los países del Tercer Mundo pero, finalmente, desarrollada por la UNESCO. En la IV Conferencia de Jefes de Estado de los Países No Alineados, reunida en Argel, se propuso la instauración de un nuevo orden económico internacional, propuesta ratificada por la Asamblea de Naciones Unidas en mayo de 1974. Todos estos debate añadieron nuevos matices al concepto de desarrollo y afirmaron al Tercer Mundo en una posición: el rechazo a asumir los enfoques desarrollistas occidentales si ello suponía una alienación cultural progresiva de sus pueblos.
Y el tercer proceso de rechazo de concepto lineal de desarrollo fue precisamente el económico, aunque en este caso no se planteó una teoría alternativa como en el caso de la Dependencia y, por tanto, un reverso de la misma moneda. En esta ocasión fue el estudio de la propia realidad económica y material el que resquebrajó el concepto de desarrollo. Fue el Club de Roma, quien encargó un proyecto de estudio para analizar las causas y consecuencias a largo plazo del crecimiento de la población, el capital industrial, la producción de alimentos, el consumo de recursos y la contaminación. El informe final dio origen a un libro, "Los Límites del Crecimiento", que llamó a la conciencia entre las elites y la propia opinión pública, sobre las fatales consecuencias en términos de agotamiento de recursos y deterioros humanos y medioambientales, que padecería el planeta en caso de mantenerse los sistemas de crecimiento.
Las conclusiones de este informe son tan claras como alarmantes: si el mundo continúa con este ritmo de crecimiento -demográfico, industrial, desgastando los recursos, contaminando - llegaremos a un colapso mundial en la mitad del siglo XXI. Esta predicción viene acompañada de una recomendación: el crecimiento cero. El informe asegura que la única solución es una política que frene el crecimiento demográfico e industrial hasta que se estabilice en el 0%. Posteriormente, se debería estancar la producción de alimentos, pues, es lo que haría posible el descenso progresivo del uso de recursos no renovables y de la contaminación hasta un límite soportable. Además, se piensa que estas políticas de estabilización no pueden aplazarse. El Club de Roma argumenta que los cambios tecnológicos son insuficientes para hacer frente al futuro colapso.
Los resultados de estos tres procesos provocaron un verdadero revuelo entre las comunidades científicas y políticas de los países desarrollados, y los debates surgidos en torno al citado agotamiento de recursos y de calidad de vida abrieron una nueva vía en el concepto de desarrollo. Ya no podía seguirse considerando el crecimiento económico como paradigma de la dinámica de la sociedad cuando escondía en su proceso evolutivo el deterioro de la propia sociedad.
3. Enfoque de las Necesidades Básicas
Si el objetivo del desarrollo era la erradicación de la pobreza, la redistribución del ingreso se convertía también en una tarea prioritaria, atendiendo al objetivo de que toda persona pudiera satisfacer sus necesidades prioritarias, lo que dio origen al nacimiento de una nueva corriente de pensamiento sobre el desarrollo: el Enfoque de las Necesidades Básicas[5].
En el fondo de este concepto estaba la idea de que la satisfacción de las necesidades básicas constituye una inversión en capital humano, que potencia el rendimiento productivo y favorece, a mediano plazo, el crecimiento económico y el desarrollo. Este enfoque de las necesidades básicas apostaba también por un cambio en las relaciones entre los países, priorizando la redistribución de la riqueza para lograr el crecimiento económico.
El cambio en la coyuntura marcaría el inicio de un fuerte período de endeudamiento de muchos países del sur en función de enfrentar de manera diferente la nueva situación en su papel como productores o importadores de petróleo, el cual no se detendría hasta el estallido de la crisis de la deuda en América Latina en 1982.
Uno de los aspectos centrales del cambio fue el que afectó a la percepción teórica de los procesos económicos. Tras varias décadas de predominio de las ideas Keynesianas (lo que implicaba una fuerte preocupación por anticiparse a las crisis haciendo del Estado un baluarte en la gestión del desarrollo y de la estabilidad económica y social), poco a poco fueron ganando terreno los defensores del liberalismo y de hacer del mercado el eje de todos los procesos económicos.
Tras varias décadas de grandes debates sobre el desarrollo, así como de impulso y revisión crítica de las políticas de cooperación, se abría así un nuevo panorama en el que estas preocupaciones dejarían lugar a los ajustes macroeconómicos como eje central de los programas orientados al pago de la deuda externa. [6]
Las consecuencias de esta crisis fueron mucho más allá de sus aspectos meramente financieros, para incidir directamente en las políticas de desarrollo y en las propias concepciones teóricas acerca de éste. El aspecto decisivo en esta dirección lo constituyó el proceso de Renegociación de la deuda. Conducido por el Fondo Monetario Internacional, dicho proceso se basó en la concesión de nuevos préstamos con los que poder hacer frente a las obligaciones contraídas, a cambio de impulsar fuertes políticas de ajuste e importantes reformas económicas. [7]
Los años noventa comenzaron, en cierto sentido, con el llamado “Consenso de Washington”, como el enfoque dominante de las instituciones financieras internacionales con respecto al problema de las economías en desarrollo y en transición. El Consenso de Washington comprendía una serie de políticas económicas liberalizantes que procuraban librar de la inercia opresiva del Estado a las economías en desarrollo y en transición. Dichas políticas fueron aplicadas con mayor o menor éxito en diversos países desde Europa oriental y la ex Unión Soviética hasta América Latina, Asia, Asia meridional y otras partes del Tercer Mundo [8]
En este marco, la preocupación por el desarrollo, que había ocupado gran parte del espacio intelectual y político en las décadas anteriores, cedió protagonismo a la preocupación por la liberalización de los mercados, lo que constituyó un importante giro en las concepciones en las que se había apoyado el tema del desarrollo y la idea de la cooperación internacional.
Esta nueva era que se abría camino sobre las bases de la información y las telecomunicaciones, continuaba contemplando la situación de atraso de dos terceras partes de la humanidad y la miseria de una tercera parte. Económicamente, el objeto del desarrollo pasa a ser la creación de un mercado mundial al que los países pobres vayan accediendo para que así, compitiendo en régimen de libre competencia, puedan integrarse en un proceso de mejora económica global. Sin embargo, es importante reseñar, como en el marco de este proceso la UNESCO como respuesta a la nueva situación, empezó a interpretar el desarrollo desde su aspecto cultural.
El debate sobre el desarrollo experimentó un punto de inflexión. Hasta entonces, las diferentes posiciones, por muy encontradas que fueran en cuanto a las políticas que defendían, coincidían básicamente en cuáles eran los objetivos del desarrollo. La visión del desarrollo que venía marcada por la idea de modernización como escenario a conseguir, el cual en última instancia respondía a los niveles de industrialización y a los estándares de vida alcanzados por los países más ricos. De alguna manera, el desarrollo consistía en conseguir que los países más pobres se acercaran a las pautas de los países más ricos. Sin embargo estos presupuestos comienzan a resquebrajarse con dos nuevas formulaciones: el Desarrollo Humano y el Desarrollo Sostenible [9].
4. Enfoque del Desarrollo Humano
En el marco del sistema de las Naciones Unidas, el PNUD, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, lanzó a finales de los 80, el Enfoque del Desarrollo Humano, que supone un cambio radical de los planteamientos anteriores.
Las cuestiones relativas al desarrollo social en el mundo fueron tratadas específicamente en la Cumbre de Copenhague celebrada en 1995. En ella se pusieron de manifiesto los graves problemas de pobreza y marginación en los que vive una parte importante de la humanidad, planteándose la necesidad de buscar fórmulas que impliquen una más amplia redistribución de los recursos del desarrollo entre todas las personas, con especial atención a los sectores más vulnerables, más pobres (op cit,2002).
Una de las propuestas surgidas en esta reunión fue la de un pacto internacional según el cual los países ricos debían comprometerse a destinar al menos el 20% de los fondos de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) a la satisfacción de las necesidades básicas de los más pobres, en tanto los países receptores de esa cooperación se comprometían a destinar el 20% del gasto público a los mismos fines. La propuesta tenía ya un antecedente al ser formulada por primera vez en 1992 por el Informe de Desarrollo Humano del PNUD. Llamada Propuesta 20/20, durante la Cumbre se cuantificó en dinero (de 30 a 40.000 millones de dólares) y concluyó que es financieramente viable sin necesidad de recaudar más fondos: simplemente con un mejor aprovechamiento de los recursos existentes.
La noción de Desarrollo Humano, inspirada entre otros, en los trabajos del Premio Novel de Economía Amartay Sen, plantea la necesidad de poner al ser humano como centro de todas las preocupaciones, como fin mismo del desarrollo y no como medio para el logro de otros fines más o menos abstractos. Así el crecimiento económico no debería ser considerado como un fin en sí mismo, sino en todo caso como un medio más para lograr un mayor desarrollo de las personas. Se sustituye en definitiva una visión del desarrollo centrada en la producción de bienes por otra centrada en la ampliación de las capacidades de las personas.
Sen (2000) define el Desarrollo Humano (DH) como un nuevo Enfoque del Desarrollo que persigue colocar el bienestar y la conquista de una vida integra en el centro del debate público, sin que este se encuentre condicionado a requisitos de orden económico, ideológico o histórico. Se trata de aumentar la libertad real de las personas, entendida ésta como la capacidad para alcanzar estados y realizar acciones que son valoradas por las mismas personas. Significa el desarrollo de las capacidades humanas entendidas como el conjunto de opciones que un individuo tiene para decidir la clase de vida que quiere llevar. La Pobreza desde ésta perspectiva, radica no en la condición de pobreza material en la que se vive, sino en la ausencia de oportunidades reales, dada tanto por limitaciones sociales como por circunstancias personales que restringen la posibilidad de elegir otras formas de vida.
El PNUD (1990), se enriquece de las anteriores formulaciones en el ideal de desarrollo de la persona y los pueblos y señala:
El Desarrollo Humano es un proceso mediante el cual se busca la ampliación de oportunidades para las personas, aumentando sus derechos y capacidades. Este proceso incluye varios aspectos de la interacción humana, tales como: la participación, la equidad de género, la seguridad, la sostenibilidad, las garantías de los derechos humanos y otros que son reconocidos por la gente como necesarios para ser creativos, productivos y vivir en paz.
Malásquez (2002) señala que según este paradigma, el desarrollo no se expresa exclusivamente en el crecimiento económico. Este es un medio y no el fin del desarrollo. El fin del desarrollo tiene que ver con la existencia de oportunidades para todos, con la posibilidad de que la gente viva más años, con mejor calidad de vida, con el acceso a la educación, la cultura y a otros aspectos que se permitan su plena realización. El desarrollo debe ser de las personas (ampliación de sus capacidades y oportunidades), por las personas (hecho por ellos mismos); y para las personas" (asumiéndolas como objetivo principal). Por esto, el desarrollo humano es un resultado que se puede alcanzar dentro de distintos modelos económicos, si se utilizan de la mejor manera posible las potencialidades humanas y colectivas. No es una receta de como lograr el progreso, sino una forma de enfocar los procesos económicos, políticos y sociales, de tal manera que se puede alcanzar resultados en varias dimensiones humanas). Sostiene que existen cuatro elementos esenciales del desarrollo humano:
Productividad: Es preciso posibilitar que las personas aumenten su productividad y participen plenamente en el proceso de generación de ingresos y en empleo remunerado.
Equidad: Es necesario que las personas tengan acceso a la igualdad de oportunidades. Es preciso eliminar todas las barreras que obstaculizan las oportunidades económicas y políticas, de modo que las personas puedan disfrutar de dichas oportunidades y beneficiarse con ellas.
Sostenibilidad: Es menester asegurar el acceso a las oportunidades no-solo para las generaciones actuales, sino también para las futuras. Deben reponerse todas las formas de capital: físico, humano, medioambiental.
Participación: El desarrollo debe ser efectuado por las personas y no-solo para ellas. Es preciso que las personas participen plenamente en las decisiones y los procesos que conforman sus vidas.
Para ello, es necesario que los países del Norte y el Sur logren un pacto, el llamado “Pacto de Desarrollo Humano 20:20”. La propuesta no fue aceptada en Copenhague, pero al año siguiente, y por iniciativa de Noruega y los Países Bajos, representantes de 40 países se reunieron en Oslo con ONG´s, organismos de Naciones Unidas y las instituciones de Bretton Woods para debatir la posible aplicación de la iniciativa 20:20 para aumentar la financiación de los servicios sociales básicos.
El resultado fue el llamado "Consenso de Oslo", en el que se definieron cuáles son esos servicios básicos y estimuló el apoyo a los mismos: la enseñanza básica, la atención primaria de salud, nutrición, agua potable y saneamiento.
Los resultados del Desarrollo Humano son evaluados por el Índice de Desarrollo Humano, desarrollado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Se creó con la finalidad de medir la calidad de vida de 173 naciones clasificadas en desarrolladas y en vías de desarrollo, mediante la utilización de tres indicadores: la tasa promedio de la esperanza de vida, analfabetismo y nivel de ingreso, los cuales reflejan salud, conocimiento y acceso a los bienes materiales, elementos primordiales para alcanzar buenos niveles de calidad de vida (SELA, 1994).
En todos los niveles del desarrollo las tres capacidades esenciales consisten en que la gente viva una vida larga y saludable, tenga conocimientos y acceso a recursos necesarios para un nivel de vida decente. Pero el ámbito del desarrollo humano va mucho más allá: otras esferas de opciones que la gente considera en alta medida incluyen la participación, la seguridad, la sostenibilidad, las garantías de los derechos humanos, todas necesarias para ser creativo y productivo y para gozar de respeto de sí mismo, potenciación y una sensación de pertenecer a una comunidad. En definitiva, el desarrollo humano es el desarrollo de la gente, para la gente y por la gente (Malasquéz, 2002).
Enfoque del Desarrollo Sostenible
En la búsqueda de cambio del modelo de desarrollo existente por un modelo sostenible se presenta en el documento "Estrategia Mundial para la Conservación" (UICN/PNUMA/WWF, 1980), por vez primera, el concepto de Desarrollo Sostenible e identificaba como necesidades esenciales: mantener los procesos ecológicos y los sistemas que sustentan la vida; preservar la diversidad genética y; asegurar el carácter sostenible de cualquier tipo de uso de especies o ecosistemas (Del Río, 2001).
Se dan los primeros pasos para cubrir la necesidad de cambiar el actual modelo de desarrollo por un modelo Sostenible, creando y aplicando los instrumentos necesarios para llevar adelante este proceso, que busca la toma de acciones en el marco de la democracia, la participación y la estabilidad. Se busca concienciar que el futuro será insostenible sino se registran cambios estructurales en el ámbito mundial, que permitan minimizar las desigualdades económicas entre los países, la pobreza, los desastres ambientales y se logre articular el crecimiento económico, la equidad social, el manejo de recursos naturales, el medio ambiente y la gobernabilidad (op cit, 2001).
La propuesta del desarrollo sostenible viene a ser respaldada en 1987 mediante la presentación del Informe de Brundtland (Nuestro Futuro Común) que tiene como propósito analizar conjuntamente el medio ambiente y el desarrollo en el ámbito mundial y buscar estrategias para un desarrollo sostenible que superen la anterior disyuntiva e incomprensión.
Tras la aparición del Informe de Nuestra Futuro Común (1987-1988) coordinado por Gro Harlem Brundtland en el marco de las naciones unidas, se plantea como objetivo el “desarrollo sostenible” entendiendo por tal: aquel que permite “satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”. A la vez que se extendía la preocupación por la “sostenibilidad” se subrayaba implícitamente, con ello, la “insostenibilidad” del modelo económico hacia el que nos ha conducido la civilización industrial (Naredo, 2001).
A este informe lo sucedió La Cumbre de la Tierra, realizada en Río de Janeiro, Brasil en 1992, la cual fue de gran trascendencia internacional y muy valiosa en cuanto a la definición de actuaciones e instrumentos concretos para un desarrollo sostenible. Este evento instauró un nuevo entendimiento mundial para el desarrollo sostenible, donde la protección del ambiente va atada al proceso de desarrollo mundial. Otro programa como "El tercer programa Comunitario en Materia de Medio Ambiente" (1983 y 1987), entre otros, vienen a respaldar el postulado del Desarrollo Sustentable al propugnar la integración de la política ambiental en el resto de las políticas comunitarias.
De otra parte, empieza a percibirse que la naturaleza no permite cualquier modalidad de desarrollo y que es necesario tener en cuenta esa referencia fundamental a la hora de fijar los objetivos y las políticas para alcanzarlos. Si bien esta preocupación ya existía con los informes del Club de Roma desde 1972, será con el "Informe Nuestro Futuro Común" (1989) publicado por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, que sirvió como base para la preparación de la Conferencia de Desarrollo y Medio Ambiente celebrada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992.
La definición que se hace en la misma conferencia es la de Desarrollo Sostenible, plantea la necesidad no sólo de ser solidarios entre las diferentes poblaciones para hacer un uso de los recursos naturales que permita a todos alcanzar niveles satisfactorios de bienestar, sino que esa solidaridad ha de entenderse también con las generaciones venideras, de tal manera que el uso que se haga actualmente de los recursos no hipotequen las posibilidades de vida del futuro.
La dimensión medioambiental del desarrollo ha ido ganando terreno sin cesar en los últimos años. En este marco los convenios sobre la biodiversidad o sobre el cambio climático reflejan, aún dentro de sus limitaciones, la preocupación internacional sobre estas cuestiones.
La importancia concedida a la sostenibilidad del desarrollo pone de manifiesto otro aspecto del problema: la incompatibilidad del modelo de desarrollo de los países ricos con las necesidades de los habitantes del conjunto del planeta, dado el elevado consumo de recursos por persona que él mismo supone. Esto implica, la necesidad de contemplar los problemas del desarrollo no ya como privativos de los países pobres, sino como cuestiones que afectan al conjunto de la humanidad.
[1] Este apartado se realizó con los aportes de: W.W Rostov (1960); Ferrero (1997); Martínez (2002); Presbisch (2001; Pujada y Font (1998); Nabaskues (2003); otros.
[2] Se utilizaron otros conceptos cercanos, y para muchos incluso sinónimos de desarrollo: riqueza, evolución económica, industrialización, modernización o crecimiento económico. El concepto de crecimiento económico es, entre éstos, el más cercano a desarrollo económico. El crecimiento económico, es entendido como el aumento de la producción total de bienes y servicios a lo largo de un periodo de tiempo.
[3] En el planteamiento teórico de la conexión entre inversión pública y privada jugaba un papel clave el principio multiplicador. La inversión pública inicial contribuía a un crecimiento muy superior de la renta final debido al efecto multiplicador. Las rentas incorporadas al circuito económico por la inversión pública se traducían en un incremento de la demanda de bienes y servicios, en una proporción dada por la propensión marginal al consumo. Este incremento de la demanda comportaba un incremento de la renta que se traducía en nuevos incrementos de la demanda. Al fin del proceso se habría conseguido un incremento de la renta muy superior a la inversión pública inicial. El multiplicador de la demanda era el principal argumento teórico a favor de inversión pública sufragada con cargo al déficit presupuestario y que podía tener connotaciones inflacionistas.
[4] En 1955, La Conferencia Afroasiática de Bandung fue sin duda el primer acontecimiento importante en esta dirección y él marcaría el inicio de la cooperación entre los países menos favorecidos, dirigida a plantear conjuntamente sus reivindicaciones en la esfera internacional. Uno de los frutos de la Conferencia de Bandung fue la posterior constitución del Movimiento de Países No Alineados (NOAL), el cual celebró tres cumbres durante la década de los sesenta: Belgrado (1961), El Cairo (1964) y Lusaka (1970). En ellas el movimiento se centró en las reivindicaciones políticas y estratégicas ante los "bloques" de "primer" y "segundo" mundos, defendiendo un nuevo sistema de relaciones internacionales basado en la coexistencia pacífica y el no-alineamiento. Así, el anticolonialismo, el pacifismo y la neutralidad se convirtieron en los principios fundamentales que inspiraron sus planteamientos. Las ideas surgidas de Bandung y de la nueva cooperación entre los países del Sur, vinieron a enlazar con los nuevos vientos que soplaban en los debates sobre el desarrollo. Los conceptos desarrollistas de los años cincuenta se enfrentaban a fuertes críticas provenientes de sectores intelectuales del Tercer Mundo, agrupados principalmente entorno a lo que se llamaron los Enfoque de la de Dependencia (Subirat & Goma,2000).
[5] Poder satisfacer estas necesidades básicas significaba tener ingresos reales suficientes para la adquisición de artículos de primera necesidad, como alimentos, vestido, transporte, combustible y alojamiento. También implicaba una garantía de acceso a servicios públicos como educación, salud, agua y saneamiento, para lo que se precisaba una infraestructura social y física suficiente; y finalmente, significaba la participación de los ciudadanos en la formulación y puesta marcha de proyectos, programas y políticas.
[6] Las consecuencias de la crisis de la deuda externa, particularmente grave en los casos de América Latina y África, que estalla en 1982 al cambiar las condiciones de la financiación, como consecuencia del incremento de los tipos de interés - contratados con referencia variable- y el consiguiente impacto en el monto del servicio de la deuda provocó una auténtica quiebra para las economías de muchos países fuertemente endeudados.
[7] Normalmente, un Programa de Ajuste Estructural (PAE) es la condición impuesta por el FMI y el BM a un país para otorgarle respaldo financiero destinado a afrontar un grave problema de pagos internacionales. Los PAE son la respuesta de las instituciones de Bretton Woods a la crisis de la deuda externa del Tercer Mundo, y que luego extendieron a loa países del Este tras la debacle de las economías del bloque soviético. Los PAE son la expresión más concreta de las políticas neoliberales. Sus impulsores pretendiendo dar a entender su universal aceptación, años más tarde la han bautizado como el Consenso de Washington.
[8] El problema del Consenso de Washington no es que fuera mal encauzado, sino que fuera aplicado de modo incompleto, entre otras razones, porque no se tomó en cuenta el capital social. Es decir, la capacidad de implementar políticas liberalizantes presuponía la existencia de un Estado competente, poderoso y efectivo, una serie de instituciones en cuyo seno podían ocurrir cambios de políticas, y las predisposiciones culturales apropiadas de parte de los actores económicos y políticos. El problema del Consenso de Washington como vía al desarrollo fue que, en muchos países, se aplicó en ausencia de las precondiciones políticas, institucionales y culturales adecuadas y necesarias para que la liberalización fuera efectiva (Fukuyama, 2003).
[9] Los enfoques de Desarrollo Humano y Desarrollo Sustentable se retoman en el capítulo II en el capítulo correspondiente al marco conceptual.
Instituto de Geografía y Conservación de Recursos Naturales. Universidad de Los Andes. Mérida- Venezuela.
La idea de desarrollo surge en el marco de la ciencia económica, en la cual se encuentran estudios relacionados con el desarrollo económico (crecimiento) en los fisiócratas del Siglo XVIII y los clásicos del siglo XIX[1]. Su uso relacionado con una economía industrial de mercado en el pensamiento clásico de ese siglo, consideraba que el mercado permitiría, a través del "derrame" de los beneficios y de la riqueza, que el crecimiento y el progreso se extendiera a los diferentes países[2].
Los primeros científicos de la Economía del Desarrollo sostienen tres premisas comunes (Pujada & Font, 1998): el desarrollo se identifica con el modelo de crecimiento económico de un determinado país;existe el convencimiento de que ese crecimiento económico es factible mediante un proceso de modernización que active los factores de producción de ese país y dinamice su economía, básicamente agraria, generando un proceso de industrialización, creando las estructuras necesarias para hacer efectivo y manteniendo el proceso y; el Estado debe ser el elemento que impulse el proceso y, a su vez, el encargado de equilibrar los resultados. A lo largo de la historia ha habido una tendencia clara a entender el desarrollo como único y fundamentalmente económico. Remontándose a la década 1930-1940 se observa que los estudios que evaluaban el desarrollo de las naciones se basaban básicamente en una connotación cuantitativa, principalmente económica, donde prevalecían indicadores de tipo objetivo, como el Producto Interno Bruto (PIB), el cual resultaba ser muy eficiente para medir las tendencias económicas en las naciones. Sin embargo, este no resultaba exitoso en el momento de medir aspectos sociales, ya que estaba vinculado a valores monetarios y no permitía evaluar el comportamiento de los variables sociales determinantes en el bienestar de las poblaciones (Estes, 1994).
A finales de los años 80 y en la década de los 90, a medida que el enfoque del desarrollo tiende a considerar al hombre como el fin y no como un medio para alcanzar mayores niveles de bienestar social, la evaluación del mismo se realiza desde una perspectiva mas global e integradora, es decir, se incorporan los aspectos sociales y ambientales, además de las económicos, como elementos centrales de la problemática del medio ambiente y del desarrollo. Este cambio lo podemos visualizar en la evolución cronológica de los Enfoques del Desarrollo:
1. Enfoque del Estado de Bienestar
El nacimiento del Enfoque del Estado del Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial y su posterior consolidación constituyó uno de los mayores logros políticos-sociales del siglo XX. Sus orígenes se remontan a la época de la depresión de 1929, cuando comenzó a imponerse la revisión Keynesiana de la teoría neoclásica dominante en aquel momento. Keynes dudaba de la capacidad del sistema imperante para recuperar posiciones de equilibrio en situaciones de crisis. Pensamientos que dieron origen a la política económica como rama aplicada de la economía, iniciándose el intervencionismo público en la regulación de la economía. Después de la Segunda Guerra Mundial, las ideas Keysianas dominaron durante varias décadas, prácticamente hasta la crisis de los años setenta, que tiene como fecha insignia la crisis del petróleo de 1973, y el rebrote de las posturas más liberales (Nabaskues, 2003).
Uno de los puntales de la política Keysiana era la inversión pública en situaciones de crisis. El desequilibrio entre oferta y demanda, desequilibrio creado sobre todo por la deshibinición de la inversión privada, podía suplirse temporalmente con la inversión pública. Esta inversión pública no había de tener un carácter sustitutorio sino complementario: la inversión pública había de servir de revulsivo para revitalizar la inversión privada (op cit, 2003)[3]
Subirat & Goma (2000) señalan que el Estado del Bienestar fue producto de un desarrollo gradual en diversos países europeos, sin una evolución homogénea en todos los Estados en que se iba aplicando. En el período de fundamentación y maduración del sistema de economía de bienestar, se desarrolló por parte de los Estados una nutrida agenda social, sólidamente respaldada por las fuerzas políticas mayoritarias que gobernaban, en las cuales se trazaron objetivos estratégicos sobre ampliación y cobertura de empleo, fuerza de trabajo e inclusión social de los segmentos excluidos de la población. Todo lo anterior debidamente complementado por un fuerte aumento del gasto social, que fue consolidando un sólido y sostenido entramado administrativo institucional.
2. Enfoque de la Dependencia.
En los años sesenta, se da origen a una época caracterizada por un notable incremento de las controversias Norte/Sur, y por una creciente presencia de los países de África, Asia y América Latina en los principales foros y debates internacionales. Comienza a emerger un movimiento contestatario que se agrupó en torno al cuestionamiento de una determinada concepción de la cooperación al desarrollo, y a la discusión sobre el posible papel como instrumento para perpetuar las relaciones de dependencia entre donantes y receptores[4].
La pobreza, no era la causa sino la consecuencia del subdesarrollo y los problemas había que buscarlos sobre todo en las relaciones de dependencia existentes entre el Norte y el Sur, lo que implicaba la necesidad de replantear el marco de las relaciones internacionales y la cooperación al desarrollo. Esta corriente propone que la existencia de los países subdesarrollados es necesaria para que otros países puedan ser desarrollados. Desarrollo y Subdesarrollo, son dos caras de una misma moneda y para que pueda darse uno también tiene que existir el otro. Desde este punto de vista, se acentúa el hecho de que las causas del subdesarrollo son causas estructurales en oposición a la corriente desarrollista que hacía hincapié en las causas endógenas.
Los resultados esperados de desarrollo que se anunciaban desde las propuestas oficiales no se producían, dándose por el contrario en muchos países un incremento de la pobreza que cuestionaba los planteamientos de los organismos internacionales basados exclusivamente en el crecimiento económico. El crecimiento económico no había logrado esparcir sus beneficios a los distintos sectores y grupos sociales. La relación directa entre crecimiento económico y desarrollo aparecía pues por primera vez cuestionada.
Además de la realidad económica, que provocó una indudable desconfianza en el concepto de desarrollo económico, otros procesos que venían gestándose desde años anteriores a los de la crisis manifiesta condicionaron, de forma implacable, la idea sobre desarrollo que imperaba hasta el momento. Se trata de tres procesos socioculturales con raíces diferentes cada uno de ellos: una religiosa, otra cultural y otros económica, pero igualmente significativos por el impacto en amplios procesos sociales, culturales, religiosos, académicos y políticos.
El primer proceso es el que se produjo en el seno de la Iglesia Católica, durante los papados de Juan XXIII y Pablo VI: el Concilio Vaticano II. La elaboración de las Encíclicas Pacem in Terris y, sobre todo, la Poppulorum progressio, que avivaron el interés y el compromiso de los católicos en todo el mundo, por lo problemas socio-económicos del planeta e impulsaron la lucha por encontrar soluciones a los mismos.
Un segundo proceso de interpretación crítica del concepto económico de desarrollo fue el cultural, avivado por los países del Tercer Mundo pero, finalmente, desarrollada por la UNESCO. En la IV Conferencia de Jefes de Estado de los Países No Alineados, reunida en Argel, se propuso la instauración de un nuevo orden económico internacional, propuesta ratificada por la Asamblea de Naciones Unidas en mayo de 1974. Todos estos debate añadieron nuevos matices al concepto de desarrollo y afirmaron al Tercer Mundo en una posición: el rechazo a asumir los enfoques desarrollistas occidentales si ello suponía una alienación cultural progresiva de sus pueblos.
Y el tercer proceso de rechazo de concepto lineal de desarrollo fue precisamente el económico, aunque en este caso no se planteó una teoría alternativa como en el caso de la Dependencia y, por tanto, un reverso de la misma moneda. En esta ocasión fue el estudio de la propia realidad económica y material el que resquebrajó el concepto de desarrollo. Fue el Club de Roma, quien encargó un proyecto de estudio para analizar las causas y consecuencias a largo plazo del crecimiento de la población, el capital industrial, la producción de alimentos, el consumo de recursos y la contaminación. El informe final dio origen a un libro, "Los Límites del Crecimiento", que llamó a la conciencia entre las elites y la propia opinión pública, sobre las fatales consecuencias en términos de agotamiento de recursos y deterioros humanos y medioambientales, que padecería el planeta en caso de mantenerse los sistemas de crecimiento.
Las conclusiones de este informe son tan claras como alarmantes: si el mundo continúa con este ritmo de crecimiento -demográfico, industrial, desgastando los recursos, contaminando - llegaremos a un colapso mundial en la mitad del siglo XXI. Esta predicción viene acompañada de una recomendación: el crecimiento cero. El informe asegura que la única solución es una política que frene el crecimiento demográfico e industrial hasta que se estabilice en el 0%. Posteriormente, se debería estancar la producción de alimentos, pues, es lo que haría posible el descenso progresivo del uso de recursos no renovables y de la contaminación hasta un límite soportable. Además, se piensa que estas políticas de estabilización no pueden aplazarse. El Club de Roma argumenta que los cambios tecnológicos son insuficientes para hacer frente al futuro colapso.
Los resultados de estos tres procesos provocaron un verdadero revuelo entre las comunidades científicas y políticas de los países desarrollados, y los debates surgidos en torno al citado agotamiento de recursos y de calidad de vida abrieron una nueva vía en el concepto de desarrollo. Ya no podía seguirse considerando el crecimiento económico como paradigma de la dinámica de la sociedad cuando escondía en su proceso evolutivo el deterioro de la propia sociedad.
3. Enfoque de las Necesidades Básicas
Si el objetivo del desarrollo era la erradicación de la pobreza, la redistribución del ingreso se convertía también en una tarea prioritaria, atendiendo al objetivo de que toda persona pudiera satisfacer sus necesidades prioritarias, lo que dio origen al nacimiento de una nueva corriente de pensamiento sobre el desarrollo: el Enfoque de las Necesidades Básicas[5].
En el fondo de este concepto estaba la idea de que la satisfacción de las necesidades básicas constituye una inversión en capital humano, que potencia el rendimiento productivo y favorece, a mediano plazo, el crecimiento económico y el desarrollo. Este enfoque de las necesidades básicas apostaba también por un cambio en las relaciones entre los países, priorizando la redistribución de la riqueza para lograr el crecimiento económico.
El cambio en la coyuntura marcaría el inicio de un fuerte período de endeudamiento de muchos países del sur en función de enfrentar de manera diferente la nueva situación en su papel como productores o importadores de petróleo, el cual no se detendría hasta el estallido de la crisis de la deuda en América Latina en 1982.
Uno de los aspectos centrales del cambio fue el que afectó a la percepción teórica de los procesos económicos. Tras varias décadas de predominio de las ideas Keynesianas (lo que implicaba una fuerte preocupación por anticiparse a las crisis haciendo del Estado un baluarte en la gestión del desarrollo y de la estabilidad económica y social), poco a poco fueron ganando terreno los defensores del liberalismo y de hacer del mercado el eje de todos los procesos económicos.
Tras varias décadas de grandes debates sobre el desarrollo, así como de impulso y revisión crítica de las políticas de cooperación, se abría así un nuevo panorama en el que estas preocupaciones dejarían lugar a los ajustes macroeconómicos como eje central de los programas orientados al pago de la deuda externa. [6]
Las consecuencias de esta crisis fueron mucho más allá de sus aspectos meramente financieros, para incidir directamente en las políticas de desarrollo y en las propias concepciones teóricas acerca de éste. El aspecto decisivo en esta dirección lo constituyó el proceso de Renegociación de la deuda. Conducido por el Fondo Monetario Internacional, dicho proceso se basó en la concesión de nuevos préstamos con los que poder hacer frente a las obligaciones contraídas, a cambio de impulsar fuertes políticas de ajuste e importantes reformas económicas. [7]
Los años noventa comenzaron, en cierto sentido, con el llamado “Consenso de Washington”, como el enfoque dominante de las instituciones financieras internacionales con respecto al problema de las economías en desarrollo y en transición. El Consenso de Washington comprendía una serie de políticas económicas liberalizantes que procuraban librar de la inercia opresiva del Estado a las economías en desarrollo y en transición. Dichas políticas fueron aplicadas con mayor o menor éxito en diversos países desde Europa oriental y la ex Unión Soviética hasta América Latina, Asia, Asia meridional y otras partes del Tercer Mundo [8]
En este marco, la preocupación por el desarrollo, que había ocupado gran parte del espacio intelectual y político en las décadas anteriores, cedió protagonismo a la preocupación por la liberalización de los mercados, lo que constituyó un importante giro en las concepciones en las que se había apoyado el tema del desarrollo y la idea de la cooperación internacional.
Esta nueva era que se abría camino sobre las bases de la información y las telecomunicaciones, continuaba contemplando la situación de atraso de dos terceras partes de la humanidad y la miseria de una tercera parte. Económicamente, el objeto del desarrollo pasa a ser la creación de un mercado mundial al que los países pobres vayan accediendo para que así, compitiendo en régimen de libre competencia, puedan integrarse en un proceso de mejora económica global. Sin embargo, es importante reseñar, como en el marco de este proceso la UNESCO como respuesta a la nueva situación, empezó a interpretar el desarrollo desde su aspecto cultural.
El debate sobre el desarrollo experimentó un punto de inflexión. Hasta entonces, las diferentes posiciones, por muy encontradas que fueran en cuanto a las políticas que defendían, coincidían básicamente en cuáles eran los objetivos del desarrollo. La visión del desarrollo que venía marcada por la idea de modernización como escenario a conseguir, el cual en última instancia respondía a los niveles de industrialización y a los estándares de vida alcanzados por los países más ricos. De alguna manera, el desarrollo consistía en conseguir que los países más pobres se acercaran a las pautas de los países más ricos. Sin embargo estos presupuestos comienzan a resquebrajarse con dos nuevas formulaciones: el Desarrollo Humano y el Desarrollo Sostenible [9].
4. Enfoque del Desarrollo Humano
En el marco del sistema de las Naciones Unidas, el PNUD, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, lanzó a finales de los 80, el Enfoque del Desarrollo Humano, que supone un cambio radical de los planteamientos anteriores.
Las cuestiones relativas al desarrollo social en el mundo fueron tratadas específicamente en la Cumbre de Copenhague celebrada en 1995. En ella se pusieron de manifiesto los graves problemas de pobreza y marginación en los que vive una parte importante de la humanidad, planteándose la necesidad de buscar fórmulas que impliquen una más amplia redistribución de los recursos del desarrollo entre todas las personas, con especial atención a los sectores más vulnerables, más pobres (op cit,2002).
Una de las propuestas surgidas en esta reunión fue la de un pacto internacional según el cual los países ricos debían comprometerse a destinar al menos el 20% de los fondos de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) a la satisfacción de las necesidades básicas de los más pobres, en tanto los países receptores de esa cooperación se comprometían a destinar el 20% del gasto público a los mismos fines. La propuesta tenía ya un antecedente al ser formulada por primera vez en 1992 por el Informe de Desarrollo Humano del PNUD. Llamada Propuesta 20/20, durante la Cumbre se cuantificó en dinero (de 30 a 40.000 millones de dólares) y concluyó que es financieramente viable sin necesidad de recaudar más fondos: simplemente con un mejor aprovechamiento de los recursos existentes.
La noción de Desarrollo Humano, inspirada entre otros, en los trabajos del Premio Novel de Economía Amartay Sen, plantea la necesidad de poner al ser humano como centro de todas las preocupaciones, como fin mismo del desarrollo y no como medio para el logro de otros fines más o menos abstractos. Así el crecimiento económico no debería ser considerado como un fin en sí mismo, sino en todo caso como un medio más para lograr un mayor desarrollo de las personas. Se sustituye en definitiva una visión del desarrollo centrada en la producción de bienes por otra centrada en la ampliación de las capacidades de las personas.
Sen (2000) define el Desarrollo Humano (DH) como un nuevo Enfoque del Desarrollo que persigue colocar el bienestar y la conquista de una vida integra en el centro del debate público, sin que este se encuentre condicionado a requisitos de orden económico, ideológico o histórico. Se trata de aumentar la libertad real de las personas, entendida ésta como la capacidad para alcanzar estados y realizar acciones que son valoradas por las mismas personas. Significa el desarrollo de las capacidades humanas entendidas como el conjunto de opciones que un individuo tiene para decidir la clase de vida que quiere llevar. La Pobreza desde ésta perspectiva, radica no en la condición de pobreza material en la que se vive, sino en la ausencia de oportunidades reales, dada tanto por limitaciones sociales como por circunstancias personales que restringen la posibilidad de elegir otras formas de vida.
El PNUD (1990), se enriquece de las anteriores formulaciones en el ideal de desarrollo de la persona y los pueblos y señala:
El Desarrollo Humano es un proceso mediante el cual se busca la ampliación de oportunidades para las personas, aumentando sus derechos y capacidades. Este proceso incluye varios aspectos de la interacción humana, tales como: la participación, la equidad de género, la seguridad, la sostenibilidad, las garantías de los derechos humanos y otros que son reconocidos por la gente como necesarios para ser creativos, productivos y vivir en paz.
Malásquez (2002) señala que según este paradigma, el desarrollo no se expresa exclusivamente en el crecimiento económico. Este es un medio y no el fin del desarrollo. El fin del desarrollo tiene que ver con la existencia de oportunidades para todos, con la posibilidad de que la gente viva más años, con mejor calidad de vida, con el acceso a la educación, la cultura y a otros aspectos que se permitan su plena realización. El desarrollo debe ser de las personas (ampliación de sus capacidades y oportunidades), por las personas (hecho por ellos mismos); y para las personas" (asumiéndolas como objetivo principal). Por esto, el desarrollo humano es un resultado que se puede alcanzar dentro de distintos modelos económicos, si se utilizan de la mejor manera posible las potencialidades humanas y colectivas. No es una receta de como lograr el progreso, sino una forma de enfocar los procesos económicos, políticos y sociales, de tal manera que se puede alcanzar resultados en varias dimensiones humanas). Sostiene que existen cuatro elementos esenciales del desarrollo humano:
Productividad: Es preciso posibilitar que las personas aumenten su productividad y participen plenamente en el proceso de generación de ingresos y en empleo remunerado.
Equidad: Es necesario que las personas tengan acceso a la igualdad de oportunidades. Es preciso eliminar todas las barreras que obstaculizan las oportunidades económicas y políticas, de modo que las personas puedan disfrutar de dichas oportunidades y beneficiarse con ellas.
Sostenibilidad: Es menester asegurar el acceso a las oportunidades no-solo para las generaciones actuales, sino también para las futuras. Deben reponerse todas las formas de capital: físico, humano, medioambiental.
Participación: El desarrollo debe ser efectuado por las personas y no-solo para ellas. Es preciso que las personas participen plenamente en las decisiones y los procesos que conforman sus vidas.
Para ello, es necesario que los países del Norte y el Sur logren un pacto, el llamado “Pacto de Desarrollo Humano 20:20”. La propuesta no fue aceptada en Copenhague, pero al año siguiente, y por iniciativa de Noruega y los Países Bajos, representantes de 40 países se reunieron en Oslo con ONG´s, organismos de Naciones Unidas y las instituciones de Bretton Woods para debatir la posible aplicación de la iniciativa 20:20 para aumentar la financiación de los servicios sociales básicos.
El resultado fue el llamado "Consenso de Oslo", en el que se definieron cuáles son esos servicios básicos y estimuló el apoyo a los mismos: la enseñanza básica, la atención primaria de salud, nutrición, agua potable y saneamiento.
Los resultados del Desarrollo Humano son evaluados por el Índice de Desarrollo Humano, desarrollado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Se creó con la finalidad de medir la calidad de vida de 173 naciones clasificadas en desarrolladas y en vías de desarrollo, mediante la utilización de tres indicadores: la tasa promedio de la esperanza de vida, analfabetismo y nivel de ingreso, los cuales reflejan salud, conocimiento y acceso a los bienes materiales, elementos primordiales para alcanzar buenos niveles de calidad de vida (SELA, 1994).
En todos los niveles del desarrollo las tres capacidades esenciales consisten en que la gente viva una vida larga y saludable, tenga conocimientos y acceso a recursos necesarios para un nivel de vida decente. Pero el ámbito del desarrollo humano va mucho más allá: otras esferas de opciones que la gente considera en alta medida incluyen la participación, la seguridad, la sostenibilidad, las garantías de los derechos humanos, todas necesarias para ser creativo y productivo y para gozar de respeto de sí mismo, potenciación y una sensación de pertenecer a una comunidad. En definitiva, el desarrollo humano es el desarrollo de la gente, para la gente y por la gente (Malasquéz, 2002).
Enfoque del Desarrollo Sostenible
En la búsqueda de cambio del modelo de desarrollo existente por un modelo sostenible se presenta en el documento "Estrategia Mundial para la Conservación" (UICN/PNUMA/WWF, 1980), por vez primera, el concepto de Desarrollo Sostenible e identificaba como necesidades esenciales: mantener los procesos ecológicos y los sistemas que sustentan la vida; preservar la diversidad genética y; asegurar el carácter sostenible de cualquier tipo de uso de especies o ecosistemas (Del Río, 2001).
Se dan los primeros pasos para cubrir la necesidad de cambiar el actual modelo de desarrollo por un modelo Sostenible, creando y aplicando los instrumentos necesarios para llevar adelante este proceso, que busca la toma de acciones en el marco de la democracia, la participación y la estabilidad. Se busca concienciar que el futuro será insostenible sino se registran cambios estructurales en el ámbito mundial, que permitan minimizar las desigualdades económicas entre los países, la pobreza, los desastres ambientales y se logre articular el crecimiento económico, la equidad social, el manejo de recursos naturales, el medio ambiente y la gobernabilidad (op cit, 2001).
La propuesta del desarrollo sostenible viene a ser respaldada en 1987 mediante la presentación del Informe de Brundtland (Nuestro Futuro Común) que tiene como propósito analizar conjuntamente el medio ambiente y el desarrollo en el ámbito mundial y buscar estrategias para un desarrollo sostenible que superen la anterior disyuntiva e incomprensión.
Tras la aparición del Informe de Nuestra Futuro Común (1987-1988) coordinado por Gro Harlem Brundtland en el marco de las naciones unidas, se plantea como objetivo el “desarrollo sostenible” entendiendo por tal: aquel que permite “satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”. A la vez que se extendía la preocupación por la “sostenibilidad” se subrayaba implícitamente, con ello, la “insostenibilidad” del modelo económico hacia el que nos ha conducido la civilización industrial (Naredo, 2001).
A este informe lo sucedió La Cumbre de la Tierra, realizada en Río de Janeiro, Brasil en 1992, la cual fue de gran trascendencia internacional y muy valiosa en cuanto a la definición de actuaciones e instrumentos concretos para un desarrollo sostenible. Este evento instauró un nuevo entendimiento mundial para el desarrollo sostenible, donde la protección del ambiente va atada al proceso de desarrollo mundial. Otro programa como "El tercer programa Comunitario en Materia de Medio Ambiente" (1983 y 1987), entre otros, vienen a respaldar el postulado del Desarrollo Sustentable al propugnar la integración de la política ambiental en el resto de las políticas comunitarias.
De otra parte, empieza a percibirse que la naturaleza no permite cualquier modalidad de desarrollo y que es necesario tener en cuenta esa referencia fundamental a la hora de fijar los objetivos y las políticas para alcanzarlos. Si bien esta preocupación ya existía con los informes del Club de Roma desde 1972, será con el "Informe Nuestro Futuro Común" (1989) publicado por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, que sirvió como base para la preparación de la Conferencia de Desarrollo y Medio Ambiente celebrada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992.
La definición que se hace en la misma conferencia es la de Desarrollo Sostenible, plantea la necesidad no sólo de ser solidarios entre las diferentes poblaciones para hacer un uso de los recursos naturales que permita a todos alcanzar niveles satisfactorios de bienestar, sino que esa solidaridad ha de entenderse también con las generaciones venideras, de tal manera que el uso que se haga actualmente de los recursos no hipotequen las posibilidades de vida del futuro.
La dimensión medioambiental del desarrollo ha ido ganando terreno sin cesar en los últimos años. En este marco los convenios sobre la biodiversidad o sobre el cambio climático reflejan, aún dentro de sus limitaciones, la preocupación internacional sobre estas cuestiones.
La importancia concedida a la sostenibilidad del desarrollo pone de manifiesto otro aspecto del problema: la incompatibilidad del modelo de desarrollo de los países ricos con las necesidades de los habitantes del conjunto del planeta, dado el elevado consumo de recursos por persona que él mismo supone. Esto implica, la necesidad de contemplar los problemas del desarrollo no ya como privativos de los países pobres, sino como cuestiones que afectan al conjunto de la humanidad.
[1] Este apartado se realizó con los aportes de: W.W Rostov (1960); Ferrero (1997); Martínez (2002); Presbisch (2001; Pujada y Font (1998); Nabaskues (2003); otros.
[2] Se utilizaron otros conceptos cercanos, y para muchos incluso sinónimos de desarrollo: riqueza, evolución económica, industrialización, modernización o crecimiento económico. El concepto de crecimiento económico es, entre éstos, el más cercano a desarrollo económico. El crecimiento económico, es entendido como el aumento de la producción total de bienes y servicios a lo largo de un periodo de tiempo.
[3] En el planteamiento teórico de la conexión entre inversión pública y privada jugaba un papel clave el principio multiplicador. La inversión pública inicial contribuía a un crecimiento muy superior de la renta final debido al efecto multiplicador. Las rentas incorporadas al circuito económico por la inversión pública se traducían en un incremento de la demanda de bienes y servicios, en una proporción dada por la propensión marginal al consumo. Este incremento de la demanda comportaba un incremento de la renta que se traducía en nuevos incrementos de la demanda. Al fin del proceso se habría conseguido un incremento de la renta muy superior a la inversión pública inicial. El multiplicador de la demanda era el principal argumento teórico a favor de inversión pública sufragada con cargo al déficit presupuestario y que podía tener connotaciones inflacionistas.
[4] En 1955, La Conferencia Afroasiática de Bandung fue sin duda el primer acontecimiento importante en esta dirección y él marcaría el inicio de la cooperación entre los países menos favorecidos, dirigida a plantear conjuntamente sus reivindicaciones en la esfera internacional. Uno de los frutos de la Conferencia de Bandung fue la posterior constitución del Movimiento de Países No Alineados (NOAL), el cual celebró tres cumbres durante la década de los sesenta: Belgrado (1961), El Cairo (1964) y Lusaka (1970). En ellas el movimiento se centró en las reivindicaciones políticas y estratégicas ante los "bloques" de "primer" y "segundo" mundos, defendiendo un nuevo sistema de relaciones internacionales basado en la coexistencia pacífica y el no-alineamiento. Así, el anticolonialismo, el pacifismo y la neutralidad se convirtieron en los principios fundamentales que inspiraron sus planteamientos. Las ideas surgidas de Bandung y de la nueva cooperación entre los países del Sur, vinieron a enlazar con los nuevos vientos que soplaban en los debates sobre el desarrollo. Los conceptos desarrollistas de los años cincuenta se enfrentaban a fuertes críticas provenientes de sectores intelectuales del Tercer Mundo, agrupados principalmente entorno a lo que se llamaron los Enfoque de la de Dependencia (Subirat & Goma,2000).
[5] Poder satisfacer estas necesidades básicas significaba tener ingresos reales suficientes para la adquisición de artículos de primera necesidad, como alimentos, vestido, transporte, combustible y alojamiento. También implicaba una garantía de acceso a servicios públicos como educación, salud, agua y saneamiento, para lo que se precisaba una infraestructura social y física suficiente; y finalmente, significaba la participación de los ciudadanos en la formulación y puesta marcha de proyectos, programas y políticas.
[6] Las consecuencias de la crisis de la deuda externa, particularmente grave en los casos de América Latina y África, que estalla en 1982 al cambiar las condiciones de la financiación, como consecuencia del incremento de los tipos de interés - contratados con referencia variable- y el consiguiente impacto en el monto del servicio de la deuda provocó una auténtica quiebra para las economías de muchos países fuertemente endeudados.
[7] Normalmente, un Programa de Ajuste Estructural (PAE) es la condición impuesta por el FMI y el BM a un país para otorgarle respaldo financiero destinado a afrontar un grave problema de pagos internacionales. Los PAE son la respuesta de las instituciones de Bretton Woods a la crisis de la deuda externa del Tercer Mundo, y que luego extendieron a loa países del Este tras la debacle de las economías del bloque soviético. Los PAE son la expresión más concreta de las políticas neoliberales. Sus impulsores pretendiendo dar a entender su universal aceptación, años más tarde la han bautizado como el Consenso de Washington.
[8] El problema del Consenso de Washington no es que fuera mal encauzado, sino que fuera aplicado de modo incompleto, entre otras razones, porque no se tomó en cuenta el capital social. Es decir, la capacidad de implementar políticas liberalizantes presuponía la existencia de un Estado competente, poderoso y efectivo, una serie de instituciones en cuyo seno podían ocurrir cambios de políticas, y las predisposiciones culturales apropiadas de parte de los actores económicos y políticos. El problema del Consenso de Washington como vía al desarrollo fue que, en muchos países, se aplicó en ausencia de las precondiciones políticas, institucionales y culturales adecuadas y necesarias para que la liberalización fuera efectiva (Fukuyama, 2003).
[9] Los enfoques de Desarrollo Humano y Desarrollo Sustentable se retoman en el capítulo II en el capítulo correspondiente al marco conceptual.
Comentarios
La razón de ser de nuestra institución esta consustanciada con el ordenamiento territorial; estando necesitado de informacion, me encuentro complacido de encontrar en su blog tan portentoso compendio
quisiera conocerla y animarla para dar pasos en funciòn de una promisoria cooperacion interinstitucional.
Saludos
Raul Castillo UPTA FBF
rac358@hotmail.com