CAPITAL SOCIAL
Prof. María Gabriela Camargo Mora
Instituto de Geografía y Conservación de Recursos Naturales. Universidad de Los Andes. Mérida-Venezuela.
Capital Social: concepto y alcances
Hanifan fue uno de los primeros en utilizar el término “capital social” en círculos académicos, en 1916. Más recientemente, varios estudiosos han contribuido a popularizar el término y el concepto, entre ellos Bourdieu (1985), Coleman (1988), Fukuyama (1995), Narayan y Pritchett (1997), Portes (1998), Putnam (1995) y Woolcock (1998). Incluso antes de que estos académicos escribieran sobre el capital social, el concepto era conocido por muchos científicos sociales, aunque lo hayan llamado de otro modo.
Hace casi cien años, Lyda Judson Hanifan, un joven educador y reformador social del partido progresista que había estudiado en varias de las mejores universidades norteamericanas, regresó a su tierra de origen, Virginia Occidental, un Estado empobrecido en los Apalaches, para trabajar en su sistema escolar rural. Hanifan, presbiteriano, rotario y republicano, no era un radical, pero llego poco a poco a la conclusión de que los graves problemas sociales, económicos y políticos de las comunidades en las que trabaja sólo podían resolverse reforzando las redes de solidaridad entre sus ciudadanos. Observó que habían caído en desuso las viejas costumbres de vecindad rural y compromiso cívico, como las sociedades de debate y las fiestas para ayudar a construir graneros e injertar manzanos. Estas costumbres se habían abandonado casi del todo, y la gente practicaba menos las relaciones de vecindad. La vida social de la comunidad dio paso al aislamiento y al estancamiento comunitario (Putnam, 2003).
En un ensayo escrito en 1916 para recalcar la importancia de un compromiso comunitario renovado en apoyo a la democracia y el desarrollo, Hanifan acuñó la expresión “capital social” para explicar por qué era así. Para Hanifan, el capital social se refería a (Op cit, 2003):
“...esos elementos tangibles [que] cuentan sumamente en la vida diaria de las personas, a saber, la buena voluntad, la camarería, la comprensión y el trato social entre individuos y familias, características constitutivas de la unidad social [...]Abandonado a sí mismo, el individuo es asocialmente un ser indefenso[...]pero si entra en contacto con sus vecinos, y estos con nuevos vecinos, se producirá una acumulación de capital social que podrá satisfacer de inmediato sus necesidades sociales y producir unas posibilidades sociales suficientes para mejorar de forma sustancial las condiciones de vida de toda la comunidad”.
Hanifan continuaba subrayando las ventajas tanto públicas como privadas del capital social (op cit, 2003):
“La comunidad en conjunto se beneficiará de la cooperación de todas sus partes, mientras que el individuo encontrará al asociarse las ventajas de la ayuda, la comprensión, y la camarería de sus vecinos [...] Una vez que los miembros de una determinada comunidad se conocen y han convertido en hábito reunirse, mantener trato social y disfrutar, ese capital social podrá ser dirigido fácilmente, mediante un liderazgo diestro, hacia la mejora general del bienestar de la comunidad”.
La descripción del capital dada por Hanifan exponía por adelantado casi todos los elementos fundamentales de las posteriores interpretaciones del concepto, pero, al parecer, su invención conceptual no fue objeto de ninguna atención por parte de otros monetaristas sociales y desapareció sin dejar rastro. Durante el resto del siglo XX el concepto fue reinventado independientemente en otras seis ocasiones, por lo menos.
En la década de 1950, el sociólogo canadiense John Seeley y sus colegas emplearon la expresión para indicar que, para el habitante de las colonias suburbanas que asciende en la escala social: “la afiliación a clubes y asociaciones [...] es una especie de título negociable (no-menos real que los valores de bolsa, a pesar de ser psicológico) que su poseedor puede convertir en efectivo, transferir y utilizar como garantía”.
La urbanista Jane Jacobs la utilizó en la década de 1960 para recalcar el valor colectivo de los vínculos informales de vecindad en la metrópoli moderna. En la de 1970, el economista Glenn C. Loury la empleó para poner de relieve la imposibilidad de llegar a establecer vínculos sociales amplios como afro americanos como uno de los legados más insidiosos de la época de la esclavitud y la segregación.
El teórico social francés Pierre Bourdieu definió el Capital Social, en la década de 1980, como la:
“acumulación de recursos reales o potenciales ligados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuos o, en otras palabras, a la afiliación a un grupo”.
El economista alemán Ekkehardt Schlicht se sirvió de ella en 1984 para subrayar el valor económico de las organizaciones y el orden moral. El sociólogo James S. Coleman (hizo que la expresión apareciera por fin sólidamente entre las cuestiones intelectuales de los últimos años de la década de 1980 al utilizarla (como lo había hecho en origen Hanifan) para poner de relieve el contexto social de la educación (Putnan, 2003), p. II. Del mismo modo, resaltan los aportes con la obra pionera de Putnam (1993) sobre los gobiernos locales en Italia.
En los últimos años, estudiosos de muchos campos han comenzado a explorar las múltiples causas y variadas consecuencias del cambio en las reservas del capital social, y sus trabajos han crecido exponencialmente. Una búsqueda en la bibliografía sociológica internacional dio como resultado veinte artículos dedicados al capital social antes de 1981, 109 entre 1991- 1995, y mil tres entre 1996 y Marzo de 1999. Uno de los rasgos más llamativos de la evolución de los trabajos sobre el capital social es el ámbito disciplinar en que ese concepto ha resultado útil – ámbito que abarca no solo la sociología y las ciencias políticas, donde tuvo su origen, sino también la economía, la salud pública, el urbanismo, la criminología, la arquitectura y la psicología social, entre otras disciplinas (op cit, 1993) (Figura 3).
A partir de los aportes teóricos y conceptuales realizados por diversos autores es posible comprender el objeto y alcance del capital social dentro del marco del desarrollo local.
Bourdieu (1985), define el capital social como el agregado de los recursos reales o potenciales que se vinculan a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento o reconocimiento mutuo. Su tratamiento del concepto es instrumental y se concentra en los beneficios que reciben los individuos en virtud de su participación en grupos, y en la construcción deliberada de la sociabilidad con el objetivo de crear ese recurso. Su definición permitió aclarar que el capital social puede descomponerse en dos elementos: primero, la relación social misma, que permite a los individuos reclamar acceso a los recursos poseídos por sus asociados y, segundo, el monto y la calidad de esos recursos. Subraya la necesidad de realizar «inversión orientada a la institucionalización de las relaciones grupales» (Bourdieu, 1987).
Coleman (1990) define capital social según su función: «no es un ente aislado sino más bien una variedad de entes diferentes con dos elementos en común: consiste en aspectos de la estructura social y facilitan ciertas acciones de los actores (tanto individuales como colectivos) que se encuentran dentro de esa estructura. Coleman es particularmente explícito al referirse al aspecto del capital social como generador de bienes públicos, señala que el capital social no es una propiedad privada, divisible o alienable, sino un atributo de la estructura en que la persona se encuentra inmersa. El capital social, beneficia a todos, no primariamente a las personas como individuos.
Tanto Bourdieu como Coleman hacen extensas referencias al capital social como atributo de grupos sociales, colectividades y comunidades. Ambos analizan el papel de las instituciones sociales en su creación.
Portes (1998) también reconocen el carácter colectivo del capital social. Se refiere a los beneficios de la pertenencia a un grupo, y al capital social como un aspecto de la estructura social que facilita las acciones de personas y actores corporativos. Destaca también las funciones de control social de las instituciones del capital social y de sus «mecanismos apropiables por individuos y por grupos. Según Portes, las tres funciones básicas del capital social son: como fuente de control social; como fuente de apoyo familiar; y como fuente de beneficios a través de redes extra familiares (Durst, 2003).
Evidentemente las comunidades se componen de individuos, quienes se benefician del capital social comunitario. Y gran parte de la riqueza del ideario del capital social radica justamente en lo que aclara respecto de la manera en que el capital social individual interactúa, a veces en contra pero en general para reforzar, con las instituciones de capital social comunitario (op cit, 2003).
Ambos tipos de capital social pueden ser definidos, en parte, por sus efectos esperados (funciones no necesariamente cumplidas en todos los casos reales, por ser el capital social uno de varios factores necesarios o posibles para su ocurrencia. Estos dos conceptos son igualmente válidos y complementarios, pero heurística mente distintos. Tal como advierte Portes (1998), no hay que mezclar los intercambios diádicos (entre dos individuos) con aquellos imbricados (embedded) en estructuras sociales mayores que garantizan su predictibilidad y su curso.
Hay otras diferencias fundamentales entre las formas personales e impersonales del capital social. Mientras que las primeras, expresadas en redes, desaparecen si desaparecen algunos de los individuos, las formas «institucionalizadas» de capital social perduran a pesar del recambio de sus miembros. El surgimiento en forma rápida de las manifestaciones de capital social suele basarse principalmente en los lazos existentes de carácter personal o en su creación a partir de las primeras interacciones entre personas cuando empiezan a cooperar. Estas relaciones, sin embargo, desaparecen con igual rapidez ante condiciones adversas. Superar esta precariedad social implica un proceso de institucionalización: El establecimiento de normas y sobre todo de detalles de interrelación y procedimientos que funcionan en forma eficaz para lograr objetivos compartidos.
De acuerdo a las diferentes caracterizaciones de los autores sobre el capital social señaladas anteriormente, Durston (2003) define el capital social “como el contenido de ciertas relaciones sociales: las actitudes de confianza y las conductas de reciprocidad y cooperación, que hacen posibles mayores beneficios que los que podría lograrse sin estos activos. Postula que existen dos tipos de capital social: uno individual y otro comunitario (o colectivo). El capital social individual “consta del crédito que ha acumulado la persona en la forma de la reciprocidad difusa que puede reclamar en momentos de necesidad, a otras personas para las cuales ha realizado, en forma directa o indirecta, servicios o favores en cualquier momento en el pasado” (Durston, 2000: 21). En cambio, el capital social comunitario “consta de las normas y estructuras que conforman las instituciones de cooperación grupal. Reside, no en las relaciones interpersonales diádicas, sino en estos sistemas complejos, en sus estructuras normativas, gestionadoras y sancionadoras” (op cit, 2000: 22).
Desde esta perspectiva, el capital social es una propiedad de las estructuras sociales. En su aspecto individual toma la forma de redes interpersonales que permiten vincularse con los otros en intercambios sociales, contactos y favores, pero en su sentido colectivo se refiere a la institucionalización de las relaciones de cooperación y ayuda recíproca en el marco de organizaciones, empresas, comunidades locales y grupos que integran la sociedad civil. En esta lógica, el capital social comunitario es más que las redes sociales y da forma a instituciones colectivas (op cit,2000).
Durston (2000) clasifica el capital social de acuerdo a sus usos y vínculos. Este autor sugiere cuatro tipos de capital social:
Algunos autores le dan énfasis a la cultura como elemento central que explica los niveles de capital social en un conjunto humano. Notable en este sentido es la opinión de Fukuyama (1996, 1999, 2000 y 2003):
El capital social son normas o valores compartidos que promueven la cooperación social. Dentro de esta perspectiva señala que el capital social es una manera utilitaria de mirar la cultura. La cultura tiende a considerarse como un fin en sí misma, lo que es innegable, o como una forma de expresión creativa. Pero también desempeña un papel funcional muy importante en toda sociedad, ya que es el medio por el cual grupos de individuos se comunican y cooperan en una gran variedad de actividades.
Considera que las fuentes de la confianza son “obligaciones morales recíprocas”, internalizadas por los miembros de una sociedad: “para que las instituciones de la democracia y el capitalismo funcionen en forma adecuada, deben coexistir con ciertos hábitos culturales premodernos que aseguren su funcionamiento. Las leyes, los contratos y la racionalidad económica brindan una base necesaria, pero no suficiente, para la prosperidad en las sociedades post-industriales” (Fukuyama, 1996:30 en Díaz & Figueras, 2003).
Para Fukuyama, entonces los instrumentos estructurales, como las leyes y la institucionalidad, no son parte del capital social entendido como tal, sino resultantes de rasgos premodernos y heredados, especialmente en contenidos éticos y morales (Díaz & Figueras, 2003).
Putnam, Leonardo y Nanetti (1993), hasta cierto punto también apuntan hacia esta dirección, al considerar que es en la cultura donde se encuentran los referentes para la sociabilidad. Al comparar el desarrollo del norte de Italia con el atraso del sur, estos autores dan una mirada a lo que han sido 1000 años de cultura cívica en estas regiones, denotando que la cultura cívica se construye en asociaciones horizontales integradas por los ciudadanos. En este trabajo, Putnam et. al. Encontró una alta correlación entre el desempeño de los gobiernos locales y la tradición cívica de la región en la que se encontraban insertos. Estas regiones se caracterizaban por la presencia de organizaciones comunitarias activas, el interés por los asuntos públicos, la confianza en la actuación pública y el respeto a la ley, las redes sociales y políticas horizontales, el escaso clientelismo, y la valoración de la solidaridad y participación cívica. A partir de esta investigación, Putnam plantea que el capital social es el principal factor explicativo de la riqueza de estas comunidades (Putnam, 2003).
Existe un importante componente cultural que es apropiado por los individuos pero no es un atributo de los individuos. Las normas y los valores pueden ser internas o externas (Coleman, 1990). Como Coleman lo explica, externamente, las normas y los valores representan guías sobre como debe ser el comportamiento o como demandar para ser aceptado en el contexto dado. Esto es lo que Grief (1994) identifica como “creencias culturales racionales” que comprende las expectativas de un individuo con respecto a las acciones que otros deben tener bajo ciertas circunstancias.
Uphoff (2003) formula un análisis del capital social sobre la base de dos categorías principales de cosas que contribuyen de manera diferente pero complementaria al flujo de acción colectiva mutuamente beneficiosa. La primera de estas categorías es la estructural, denominada así porque abarca cosas que derivan de la estructura y las organizaciones sociales. La segunda categoría se denomina cognoscitiva, porque sus componentes son estados sicológicos y emocionales. La primera facilita la acción colectiva mutuamente beneficiosa, mientras que la segunda predispone a la gente a favor de esa clase de acción:
Tanto la forma estructural como la cognoscitiva tiene su origen en procesos mentales y conceptos, pero la primera se expresa en el ámbito social interpersonal mediante acuerdos expresos y tácitos entre las personas. Esto hace que sea relativamente objetiva en comparación con la forma cognoscitiva del capital.
Las formas cognoscitivas permanecen dentro de la mente, pero se convierten en capital social cuando se comparten, es decir, cuando son profesadas por más de una persona. Estas formas son intrínsicamente subjetivas, ya que existe en los pensamientos y en los vínculos emocionales de las personas.
Podría decirse que las formas cognoscitivas del capital social constituyen su esencia, mientras que las formas estructurales son los instrumentos o la infraestructura mediante los cuales se expresa el capital social cognoscitivo (mental, emocional). Sin embargo, ninguna de la dos forma debería colocarse por sobre la otra. Ambas formas están tan conectadas entre sí y son tan interdependientes que resulta lógico reconocer sus funciones y contribuciones respectivas, por lo menos desde el punto de vista analítico, pero reconociendo al mismo tiempo que en el mundo real la disposición y la facilitación no son procesos independientes. Estas formas complementarias de capital social se exponen de manera analítica en el cuadro (op cit, 2003).
Si bien es útil hacer distinciones analíticas entre el capital social estructural y el capital social cognoscitivo, en la práctica se refuerzan entre sí. La distinción es importante porque es difícil para cualquier organismo exterior tener mucha influencia en las formas cognoscitivas. Las normas, los valores, las actitudes y las creencias suelen estar profundamente arraigados, moldeados por la cultura y la experiencia familiar y de la comunidad. Pueden evolucionar y cambiar con el tiempo en respuesta a nuevas experiencias, ejemplos dados por personas respetadas, nuevas ideas y justificaciones, entre otros; pero fomentar un valor como el de la confianza no es algo que pueda lograrse simplemente con exhortaciones o pedagogía (ídem).
La confianza puede aumentar cuando se crean situaciones en que es más productiva y respetada, pero es más probable que ocurra lo contrario. En las situaciones en las que no se premia la confianza, y donde ésta no es apreciada por otros, puede perderse rápidamente. Al igual que otras formas de capital, es más fácil que el capital social disminuya, y no que aumente (ídem: 128-129).
El capital social estructural puede incrementarse deliberadamente, estableciendo más (y mejores) funciones, normas, precedentes y procedimientos, y ampliando las redes de contacto y comunicación entre las personas. En particular, el capital social aumenta cuando hay funciones, normas, precedentes y procedimientos para llevar a cabo lo que pueden considerarse las cuatro funciones básicas de toda organización social (ídem):
a. Adopción de decisiones.
b. Movilización y gestión de recursos.
c. Comunicación y coordinación.
d. Solución de conflictos.
La capacidad de desempeñar cada una de estas funciones hace que la acción colectiva mutuamente beneficiosa sea más fácil y menos costosa, y en consecuencia más beneficiosa y más probable.
Cuando esa capacidad está incorporada en una comunidad, organización, región o sociedad, puede facilitar la acción colectiva mutuamente beneficiosa aun en ausencia de un fuerte apoyo de capital social cognoscitivo, aunque cuanto más capital de ese tipo exista en la mente y en el corazón de las personas, más capital social habrá en total para aprovechar.
En su contribución a los debates de la conferencia, Fukuyama se refirió únicamente a las formas cognoscitivas (en particular la confianza) al examinar el capital social. Es posible definir el capital social de esa manera, excluyendo las formas estructurales, pero ello trunca el alcance y el potencial del capital social, especialmente en vista de que Fukuyama admite que no se puede promover el capital social cognoscitivo o invertir en él muy eficazmente. Es verdad que las formas estructurales no pueden reemplazar totalmente a las formas cognoscitivas, pero sí es posible introducir y fortalecer las funciones, las normas, los precedentes y los procedimientos que facilitan la acción colectiva mutuamente beneficiosa, como se demuestra en un estudio detallado de casos (Uphoff, 1996).
Las formas estructurales de capital social pueden ser oficiales u oficiosas. Estas últimas son menos eficaces porque se derivan del consenso de la gente, y por lo tanto del consentimiento, en lugar de ser formuladas e impuestas sobre la base de la autoridad. Una combinación de funciones, normas, procedimientos y precedentes tanto oficiales como oficiosos para la adopción de decisiones, la movilización y la gestión de recursos, la comunicación y la coordinación y la solución de conflictos, representará sin duda un mayor volumen de capital social para respaldar la acción colectiva mutuamente beneficiosa que si existiera solamente uno de los dos tipos, y se puede decir que habrá más capital social cuando existan funciones, normas, etc., para el desempeño de tres funciones o de todas ellas, y no solamente para una o dos (op cit, 2003).
Al hablar de capital social como recurso, se destaca la oportunidad de acumulación. El capital social es un recurso acumulable que crece en la medida en que se hace uso de él y se devalúa si no es renovado. La acumulación descansa sobre círculos virtuosos, donde la memoria de experiencias exitosas de confianza produce su renovación fortalecida. Pero también existen círculos viciosos, donde la falta de confianza socava la cooperación y termina por incrementar la desconfianza. Un documento del Banco Mundial recuerda que la posibilidad de acumular capital social supone también el riesgo de una distribución concentrada y segmentada. O sea, puede existir una acumulación desigual, que aumente el capital social de aquellos que disponen de mayores niveles de ingreso y educación. En cambio, personas con bajos niveles de ingreso y educación, o sea, más necesitados de este recurso, pueden ver obstaculizada su oportunidad de acumulación.
La acumulación y distribución del recurso significa que el capital social puede tener distintas graduaciones. Hay niveles mayores o menores de capital social. Esta disponibilidad diferenciada puede obedecer a desniveles sociales (nivel educacional y económico), a diferencias sociodemográficas (género, edad) o geográficas (urbano-rural, capital-provincia).
El Capital Social se fundamenta en tres aspectos fundamentales:
Instituto de Geografía y Conservación de Recursos Naturales. Universidad de Los Andes. Mérida-Venezuela.
Capital Social: concepto y alcances
Hanifan fue uno de los primeros en utilizar el término “capital social” en círculos académicos, en 1916. Más recientemente, varios estudiosos han contribuido a popularizar el término y el concepto, entre ellos Bourdieu (1985), Coleman (1988), Fukuyama (1995), Narayan y Pritchett (1997), Portes (1998), Putnam (1995) y Woolcock (1998). Incluso antes de que estos académicos escribieran sobre el capital social, el concepto era conocido por muchos científicos sociales, aunque lo hayan llamado de otro modo.
Hace casi cien años, Lyda Judson Hanifan, un joven educador y reformador social del partido progresista que había estudiado en varias de las mejores universidades norteamericanas, regresó a su tierra de origen, Virginia Occidental, un Estado empobrecido en los Apalaches, para trabajar en su sistema escolar rural. Hanifan, presbiteriano, rotario y republicano, no era un radical, pero llego poco a poco a la conclusión de que los graves problemas sociales, económicos y políticos de las comunidades en las que trabaja sólo podían resolverse reforzando las redes de solidaridad entre sus ciudadanos. Observó que habían caído en desuso las viejas costumbres de vecindad rural y compromiso cívico, como las sociedades de debate y las fiestas para ayudar a construir graneros e injertar manzanos. Estas costumbres se habían abandonado casi del todo, y la gente practicaba menos las relaciones de vecindad. La vida social de la comunidad dio paso al aislamiento y al estancamiento comunitario (Putnam, 2003).
En un ensayo escrito en 1916 para recalcar la importancia de un compromiso comunitario renovado en apoyo a la democracia y el desarrollo, Hanifan acuñó la expresión “capital social” para explicar por qué era así. Para Hanifan, el capital social se refería a (Op cit, 2003):
“...esos elementos tangibles [que] cuentan sumamente en la vida diaria de las personas, a saber, la buena voluntad, la camarería, la comprensión y el trato social entre individuos y familias, características constitutivas de la unidad social [...]Abandonado a sí mismo, el individuo es asocialmente un ser indefenso[...]pero si entra en contacto con sus vecinos, y estos con nuevos vecinos, se producirá una acumulación de capital social que podrá satisfacer de inmediato sus necesidades sociales y producir unas posibilidades sociales suficientes para mejorar de forma sustancial las condiciones de vida de toda la comunidad”.
Hanifan continuaba subrayando las ventajas tanto públicas como privadas del capital social (op cit, 2003):
“La comunidad en conjunto se beneficiará de la cooperación de todas sus partes, mientras que el individuo encontrará al asociarse las ventajas de la ayuda, la comprensión, y la camarería de sus vecinos [...] Una vez que los miembros de una determinada comunidad se conocen y han convertido en hábito reunirse, mantener trato social y disfrutar, ese capital social podrá ser dirigido fácilmente, mediante un liderazgo diestro, hacia la mejora general del bienestar de la comunidad”.
La descripción del capital dada por Hanifan exponía por adelantado casi todos los elementos fundamentales de las posteriores interpretaciones del concepto, pero, al parecer, su invención conceptual no fue objeto de ninguna atención por parte de otros monetaristas sociales y desapareció sin dejar rastro. Durante el resto del siglo XX el concepto fue reinventado independientemente en otras seis ocasiones, por lo menos.
En la década de 1950, el sociólogo canadiense John Seeley y sus colegas emplearon la expresión para indicar que, para el habitante de las colonias suburbanas que asciende en la escala social: “la afiliación a clubes y asociaciones [...] es una especie de título negociable (no-menos real que los valores de bolsa, a pesar de ser psicológico) que su poseedor puede convertir en efectivo, transferir y utilizar como garantía”.
La urbanista Jane Jacobs la utilizó en la década de 1960 para recalcar el valor colectivo de los vínculos informales de vecindad en la metrópoli moderna. En la de 1970, el economista Glenn C. Loury la empleó para poner de relieve la imposibilidad de llegar a establecer vínculos sociales amplios como afro americanos como uno de los legados más insidiosos de la época de la esclavitud y la segregación.
El teórico social francés Pierre Bourdieu definió el Capital Social, en la década de 1980, como la:
“acumulación de recursos reales o potenciales ligados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuos o, en otras palabras, a la afiliación a un grupo”.
El economista alemán Ekkehardt Schlicht se sirvió de ella en 1984 para subrayar el valor económico de las organizaciones y el orden moral. El sociólogo James S. Coleman (hizo que la expresión apareciera por fin sólidamente entre las cuestiones intelectuales de los últimos años de la década de 1980 al utilizarla (como lo había hecho en origen Hanifan) para poner de relieve el contexto social de la educación (Putnan, 2003), p. II. Del mismo modo, resaltan los aportes con la obra pionera de Putnam (1993) sobre los gobiernos locales en Italia.
En los últimos años, estudiosos de muchos campos han comenzado a explorar las múltiples causas y variadas consecuencias del cambio en las reservas del capital social, y sus trabajos han crecido exponencialmente. Una búsqueda en la bibliografía sociológica internacional dio como resultado veinte artículos dedicados al capital social antes de 1981, 109 entre 1991- 1995, y mil tres entre 1996 y Marzo de 1999. Uno de los rasgos más llamativos de la evolución de los trabajos sobre el capital social es el ámbito disciplinar en que ese concepto ha resultado útil – ámbito que abarca no solo la sociología y las ciencias políticas, donde tuvo su origen, sino también la economía, la salud pública, el urbanismo, la criminología, la arquitectura y la psicología social, entre otras disciplinas (op cit, 1993) (Figura 3).
A partir de los aportes teóricos y conceptuales realizados por diversos autores es posible comprender el objeto y alcance del capital social dentro del marco del desarrollo local.
Bourdieu (1985), define el capital social como el agregado de los recursos reales o potenciales que se vinculan a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento o reconocimiento mutuo. Su tratamiento del concepto es instrumental y se concentra en los beneficios que reciben los individuos en virtud de su participación en grupos, y en la construcción deliberada de la sociabilidad con el objetivo de crear ese recurso. Su definición permitió aclarar que el capital social puede descomponerse en dos elementos: primero, la relación social misma, que permite a los individuos reclamar acceso a los recursos poseídos por sus asociados y, segundo, el monto y la calidad de esos recursos. Subraya la necesidad de realizar «inversión orientada a la institucionalización de las relaciones grupales» (Bourdieu, 1987).
Coleman (1990) define capital social según su función: «no es un ente aislado sino más bien una variedad de entes diferentes con dos elementos en común: consiste en aspectos de la estructura social y facilitan ciertas acciones de los actores (tanto individuales como colectivos) que se encuentran dentro de esa estructura. Coleman es particularmente explícito al referirse al aspecto del capital social como generador de bienes públicos, señala que el capital social no es una propiedad privada, divisible o alienable, sino un atributo de la estructura en que la persona se encuentra inmersa. El capital social, beneficia a todos, no primariamente a las personas como individuos.
Tanto Bourdieu como Coleman hacen extensas referencias al capital social como atributo de grupos sociales, colectividades y comunidades. Ambos analizan el papel de las instituciones sociales en su creación.
Portes (1998) también reconocen el carácter colectivo del capital social. Se refiere a los beneficios de la pertenencia a un grupo, y al capital social como un aspecto de la estructura social que facilita las acciones de personas y actores corporativos. Destaca también las funciones de control social de las instituciones del capital social y de sus «mecanismos apropiables por individuos y por grupos. Según Portes, las tres funciones básicas del capital social son: como fuente de control social; como fuente de apoyo familiar; y como fuente de beneficios a través de redes extra familiares (Durst, 2003).
Evidentemente las comunidades se componen de individuos, quienes se benefician del capital social comunitario. Y gran parte de la riqueza del ideario del capital social radica justamente en lo que aclara respecto de la manera en que el capital social individual interactúa, a veces en contra pero en general para reforzar, con las instituciones de capital social comunitario (op cit, 2003).
Ambos tipos de capital social pueden ser definidos, en parte, por sus efectos esperados (funciones no necesariamente cumplidas en todos los casos reales, por ser el capital social uno de varios factores necesarios o posibles para su ocurrencia. Estos dos conceptos son igualmente válidos y complementarios, pero heurística mente distintos. Tal como advierte Portes (1998), no hay que mezclar los intercambios diádicos (entre dos individuos) con aquellos imbricados (embedded) en estructuras sociales mayores que garantizan su predictibilidad y su curso.
Hay otras diferencias fundamentales entre las formas personales e impersonales del capital social. Mientras que las primeras, expresadas en redes, desaparecen si desaparecen algunos de los individuos, las formas «institucionalizadas» de capital social perduran a pesar del recambio de sus miembros. El surgimiento en forma rápida de las manifestaciones de capital social suele basarse principalmente en los lazos existentes de carácter personal o en su creación a partir de las primeras interacciones entre personas cuando empiezan a cooperar. Estas relaciones, sin embargo, desaparecen con igual rapidez ante condiciones adversas. Superar esta precariedad social implica un proceso de institucionalización: El establecimiento de normas y sobre todo de detalles de interrelación y procedimientos que funcionan en forma eficaz para lograr objetivos compartidos.
De acuerdo a las diferentes caracterizaciones de los autores sobre el capital social señaladas anteriormente, Durston (2003) define el capital social “como el contenido de ciertas relaciones sociales: las actitudes de confianza y las conductas de reciprocidad y cooperación, que hacen posibles mayores beneficios que los que podría lograrse sin estos activos. Postula que existen dos tipos de capital social: uno individual y otro comunitario (o colectivo). El capital social individual “consta del crédito que ha acumulado la persona en la forma de la reciprocidad difusa que puede reclamar en momentos de necesidad, a otras personas para las cuales ha realizado, en forma directa o indirecta, servicios o favores en cualquier momento en el pasado” (Durston, 2000: 21). En cambio, el capital social comunitario “consta de las normas y estructuras que conforman las instituciones de cooperación grupal. Reside, no en las relaciones interpersonales diádicas, sino en estos sistemas complejos, en sus estructuras normativas, gestionadoras y sancionadoras” (op cit, 2000: 22).
Desde esta perspectiva, el capital social es una propiedad de las estructuras sociales. En su aspecto individual toma la forma de redes interpersonales que permiten vincularse con los otros en intercambios sociales, contactos y favores, pero en su sentido colectivo se refiere a la institucionalización de las relaciones de cooperación y ayuda recíproca en el marco de organizaciones, empresas, comunidades locales y grupos que integran la sociedad civil. En esta lógica, el capital social comunitario es más que las redes sociales y da forma a instituciones colectivas (op cit,2000).
Durston (2000) clasifica el capital social de acuerdo a sus usos y vínculos. Este autor sugiere cuatro tipos de capital social:
- El individual que corresponde al crédito de reciprocidad u obligaciones que posee una persona por medio de sus relaciones que posee una persona por medio de sus relaciones.
- El de grupos pequeños cerrados
- El comunitario, que se encuentra en las instituciones socioculturales que posee la comunidad.
- El capital social externo a la comunidad, que normalmente se concreta en articulaciones verticales con el resto de la sociedad
Algunos autores le dan énfasis a la cultura como elemento central que explica los niveles de capital social en un conjunto humano. Notable en este sentido es la opinión de Fukuyama (1996, 1999, 2000 y 2003):
El capital social son normas o valores compartidos que promueven la cooperación social. Dentro de esta perspectiva señala que el capital social es una manera utilitaria de mirar la cultura. La cultura tiende a considerarse como un fin en sí misma, lo que es innegable, o como una forma de expresión creativa. Pero también desempeña un papel funcional muy importante en toda sociedad, ya que es el medio por el cual grupos de individuos se comunican y cooperan en una gran variedad de actividades.
Considera que las fuentes de la confianza son “obligaciones morales recíprocas”, internalizadas por los miembros de una sociedad: “para que las instituciones de la democracia y el capitalismo funcionen en forma adecuada, deben coexistir con ciertos hábitos culturales premodernos que aseguren su funcionamiento. Las leyes, los contratos y la racionalidad económica brindan una base necesaria, pero no suficiente, para la prosperidad en las sociedades post-industriales” (Fukuyama, 1996:30 en Díaz & Figueras, 2003).
Para Fukuyama, entonces los instrumentos estructurales, como las leyes y la institucionalidad, no son parte del capital social entendido como tal, sino resultantes de rasgos premodernos y heredados, especialmente en contenidos éticos y morales (Díaz & Figueras, 2003).
Putnam, Leonardo y Nanetti (1993), hasta cierto punto también apuntan hacia esta dirección, al considerar que es en la cultura donde se encuentran los referentes para la sociabilidad. Al comparar el desarrollo del norte de Italia con el atraso del sur, estos autores dan una mirada a lo que han sido 1000 años de cultura cívica en estas regiones, denotando que la cultura cívica se construye en asociaciones horizontales integradas por los ciudadanos. En este trabajo, Putnam et. al. Encontró una alta correlación entre el desempeño de los gobiernos locales y la tradición cívica de la región en la que se encontraban insertos. Estas regiones se caracterizaban por la presencia de organizaciones comunitarias activas, el interés por los asuntos públicos, la confianza en la actuación pública y el respeto a la ley, las redes sociales y políticas horizontales, el escaso clientelismo, y la valoración de la solidaridad y participación cívica. A partir de esta investigación, Putnam plantea que el capital social es el principal factor explicativo de la riqueza de estas comunidades (Putnam, 2003).
Existe un importante componente cultural que es apropiado por los individuos pero no es un atributo de los individuos. Las normas y los valores pueden ser internas o externas (Coleman, 1990). Como Coleman lo explica, externamente, las normas y los valores representan guías sobre como debe ser el comportamiento o como demandar para ser aceptado en el contexto dado. Esto es lo que Grief (1994) identifica como “creencias culturales racionales” que comprende las expectativas de un individuo con respecto a las acciones que otros deben tener bajo ciertas circunstancias.
Uphoff (2003) formula un análisis del capital social sobre la base de dos categorías principales de cosas que contribuyen de manera diferente pero complementaria al flujo de acción colectiva mutuamente beneficiosa. La primera de estas categorías es la estructural, denominada así porque abarca cosas que derivan de la estructura y las organizaciones sociales. La segunda categoría se denomina cognoscitiva, porque sus componentes son estados sicológicos y emocionales. La primera facilita la acción colectiva mutuamente beneficiosa, mientras que la segunda predispone a la gente a favor de esa clase de acción:
Tanto la forma estructural como la cognoscitiva tiene su origen en procesos mentales y conceptos, pero la primera se expresa en el ámbito social interpersonal mediante acuerdos expresos y tácitos entre las personas. Esto hace que sea relativamente objetiva en comparación con la forma cognoscitiva del capital.
Las formas cognoscitivas permanecen dentro de la mente, pero se convierten en capital social cuando se comparten, es decir, cuando son profesadas por más de una persona. Estas formas son intrínsicamente subjetivas, ya que existe en los pensamientos y en los vínculos emocionales de las personas.
Podría decirse que las formas cognoscitivas del capital social constituyen su esencia, mientras que las formas estructurales son los instrumentos o la infraestructura mediante los cuales se expresa el capital social cognoscitivo (mental, emocional). Sin embargo, ninguna de la dos forma debería colocarse por sobre la otra. Ambas formas están tan conectadas entre sí y son tan interdependientes que resulta lógico reconocer sus funciones y contribuciones respectivas, por lo menos desde el punto de vista analítico, pero reconociendo al mismo tiempo que en el mundo real la disposición y la facilitación no son procesos independientes. Estas formas complementarias de capital social se exponen de manera analítica en el cuadro (op cit, 2003).
Si bien es útil hacer distinciones analíticas entre el capital social estructural y el capital social cognoscitivo, en la práctica se refuerzan entre sí. La distinción es importante porque es difícil para cualquier organismo exterior tener mucha influencia en las formas cognoscitivas. Las normas, los valores, las actitudes y las creencias suelen estar profundamente arraigados, moldeados por la cultura y la experiencia familiar y de la comunidad. Pueden evolucionar y cambiar con el tiempo en respuesta a nuevas experiencias, ejemplos dados por personas respetadas, nuevas ideas y justificaciones, entre otros; pero fomentar un valor como el de la confianza no es algo que pueda lograrse simplemente con exhortaciones o pedagogía (ídem).
La confianza puede aumentar cuando se crean situaciones en que es más productiva y respetada, pero es más probable que ocurra lo contrario. En las situaciones en las que no se premia la confianza, y donde ésta no es apreciada por otros, puede perderse rápidamente. Al igual que otras formas de capital, es más fácil que el capital social disminuya, y no que aumente (ídem: 128-129).
El capital social estructural puede incrementarse deliberadamente, estableciendo más (y mejores) funciones, normas, precedentes y procedimientos, y ampliando las redes de contacto y comunicación entre las personas. En particular, el capital social aumenta cuando hay funciones, normas, precedentes y procedimientos para llevar a cabo lo que pueden considerarse las cuatro funciones básicas de toda organización social (ídem):
a. Adopción de decisiones.
b. Movilización y gestión de recursos.
c. Comunicación y coordinación.
d. Solución de conflictos.
La capacidad de desempeñar cada una de estas funciones hace que la acción colectiva mutuamente beneficiosa sea más fácil y menos costosa, y en consecuencia más beneficiosa y más probable.
Cuando esa capacidad está incorporada en una comunidad, organización, región o sociedad, puede facilitar la acción colectiva mutuamente beneficiosa aun en ausencia de un fuerte apoyo de capital social cognoscitivo, aunque cuanto más capital de ese tipo exista en la mente y en el corazón de las personas, más capital social habrá en total para aprovechar.
En su contribución a los debates de la conferencia, Fukuyama se refirió únicamente a las formas cognoscitivas (en particular la confianza) al examinar el capital social. Es posible definir el capital social de esa manera, excluyendo las formas estructurales, pero ello trunca el alcance y el potencial del capital social, especialmente en vista de que Fukuyama admite que no se puede promover el capital social cognoscitivo o invertir en él muy eficazmente. Es verdad que las formas estructurales no pueden reemplazar totalmente a las formas cognoscitivas, pero sí es posible introducir y fortalecer las funciones, las normas, los precedentes y los procedimientos que facilitan la acción colectiva mutuamente beneficiosa, como se demuestra en un estudio detallado de casos (Uphoff, 1996).
Las formas estructurales de capital social pueden ser oficiales u oficiosas. Estas últimas son menos eficaces porque se derivan del consenso de la gente, y por lo tanto del consentimiento, en lugar de ser formuladas e impuestas sobre la base de la autoridad. Una combinación de funciones, normas, procedimientos y precedentes tanto oficiales como oficiosos para la adopción de decisiones, la movilización y la gestión de recursos, la comunicación y la coordinación y la solución de conflictos, representará sin duda un mayor volumen de capital social para respaldar la acción colectiva mutuamente beneficiosa que si existiera solamente uno de los dos tipos, y se puede decir que habrá más capital social cuando existan funciones, normas, etc., para el desempeño de tres funciones o de todas ellas, y no solamente para una o dos (op cit, 2003).
Al hablar de capital social como recurso, se destaca la oportunidad de acumulación. El capital social es un recurso acumulable que crece en la medida en que se hace uso de él y se devalúa si no es renovado. La acumulación descansa sobre círculos virtuosos, donde la memoria de experiencias exitosas de confianza produce su renovación fortalecida. Pero también existen círculos viciosos, donde la falta de confianza socava la cooperación y termina por incrementar la desconfianza. Un documento del Banco Mundial recuerda que la posibilidad de acumular capital social supone también el riesgo de una distribución concentrada y segmentada. O sea, puede existir una acumulación desigual, que aumente el capital social de aquellos que disponen de mayores niveles de ingreso y educación. En cambio, personas con bajos niveles de ingreso y educación, o sea, más necesitados de este recurso, pueden ver obstaculizada su oportunidad de acumulación.
La acumulación y distribución del recurso significa que el capital social puede tener distintas graduaciones. Hay niveles mayores o menores de capital social. Esta disponibilidad diferenciada puede obedecer a desniveles sociales (nivel educacional y económico), a diferencias sociodemográficas (género, edad) o geográficas (urbano-rural, capital-provincia).
El Capital Social se fundamenta en tres aspectos fundamentales:
- Confianza
- Cooperación
- Instituciones
- Poder
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